medieval.org
cincosiglos.es
Fonoruz CDF-908
2001
1. La fuente
fría [2:28]
guitarra morisca, guitarra medieval, flauta, viola, percusión
2. Triste estaba el rey David [4:08]
flauta, viola, laúd morisco, guitarra medieval, canon,
percusión
3. Las quejas de Ximena [3:52]
rabel, laúd morisco, guitarra medieval, flauta,
percusión
4. El Conde niño [1:46]
flauta
5. Qyria Yefefyia [10:39]
canon, flauta, viola, laúd morisco, guitarra medieval,
percusión
6. Está Raquel lastimosa [1:35]
saz, viola, flauta, guitarra medieval, flauta, percusión
7. Alekhem kehal [3:43]
flauta, canon, laúd morisco, guitarra medieval, viola,
percusión
8. Dezilde a mi amor [2:07]
canon, flauta, viola, guitarra morisca, guitarra medieval,
percusión
9. Morikos, los mis morikos [4:58]
laúd morisco, guitarra medieval, canon, viola, percusión
10. Tres hermanicas [1:11]
flauta
11. Ahot ketana [2:04]
laúd morisco, guitarra medieval, canon, percusión
12. La Consagración de Moisés [2:38]
viola, laúd morisco, guitarra medieval, canon, flauta,
percusión
13. Scalerica le hizo · El raptor pordiosero [5:04]
viola, saz, flauta, percusión
14. Y una madre comió asado [1:19]
flauta
15. Cuando el rey Nimrod [4:57]
flauta, saz, viola, laúd morisco, canon, percusión
Fuentes: Tradición oral de las comunidades sefarditas de
Tánger, Tetuan, Larache, Milás, Esmirna, Tekirdag,
Salónica, Constantinopla y Jerusalén
Grupo Cinco Siglos
Miguel Hidalgo
Miguel Hidalgo, laúd morisco, #2 3 5 7 9 11 12 · guitarra
morisca, #1 8 · saz, #6 13 15
Antonio Torralba, flautas dulces, #1-10 12-15
Gabriel Arellano, violas, #1 2 5-9 12 13 15 · rabel,
#3
Jose Ignacio Fernández, guitarra medieval, #1-3 5-9 11
12 · laúd morisco, #15
Aziz Samsaoui, canon, #2 5 7-9 11 12 15
Antonio Sáez Conde, percusión, #1-3 5-9 11-13 15
Lugar de grabación: iglesia de la Cartuja de Cazalla
Fecha: julio de 2001
Toma de sonido: Cinco Siglosa
Auxiliar de Toma de sonido: Fernando Jurado
Edición digital: Jesús Martos
Textos: Antonio Torralba
Produce: SCS
Sefarad
Nadie es libre o esclavo por naturaleza.
Solo la casualidad, en su devenir,
esparció tales nombres sobre los seres.
Cayo Albucio Silo, siglo I)
El 31 de marzo de 1992 (con uno y dos siglos de retraso respecto a sus
colegas de Francia e Inglaterra) los Reyes Católicos firman en
Granada un famoso edicto. En él ordenan la expulsión de
sus reinos de todos los judíos que no quieran abrazar el
cristianismo. Es la fecha simbólica de un proceso, la
diáspora o dispersión, que, no obstante, había
comenzado antes. Desde muchos años atrás se venían
forzando conversiones y provocando sistemáticas salidas del
suelo dulce que aquellos viejos judíos llamaban Sefarad. Sabemos
que el documento había sido elaborado a partir de un texto de
fray Tomás de Torquemada; y podemos imaginarlo reposando varios
días en una mesa de despacho, acaso incómodo a los ojos
reales. Los motivos argüidos eran esencialmente religiosos y,
aunque ciertas corrientes historiográficas discuten otras causas
menos santas, lo cierto es que el edicto repite con insistencia una
única razón: la herética pravedad que conllevaba
el contacto entre judíos y cristianos, por decirlo con palabras
del cronista Andres Bernáldez, conocido como «el cura de
Los Palacios». Era la identificación vetusta entre
«regio» y «religio» en la que los monarcas
querían basar su construcción del estado. Durante algo
más de cuatro meses unos cien mil judíos salen de las
Coronas de Castilla y Aragón en un destierro lleno de
penalidades, «graves tribulaciones, rapacidad, quebranto y
peste» (Salomón ben Verga). Muchos volvieron en noviembre,
amparados en una disposición real que ponía como
condición el bautismo. El cura de Los Palacios (Sevilla)
bautizó a algunos de los que volvían «desnudos,
descalzos y llenos de piojos, muertos de hambre y muy mal aventurados,
que era dolor de los ver». Para los demás, el camino del
exilio condujo mayoritariamente a Portugal y Navarra, reinos de donde
después también serían expulsados, y, en menor
medida, a Flandes, el norte de África, Italia y los territorios
mediterráneos del imperio otomano, donde el sultan Bayaceto II
quiso que se les acogiera favorablemente. Se le atribuye una frase
legendaria: «Se dice de Fernando que es un príncipe
avispado, pero él empobrece su país para enriquecer el
mío». Como explica Fernando Franco, para la entrada en
Portugal se fijaron cuatro puntos en la frontera. Cada persona
debía pagar ocho cruzados para obtener un permiso de residencia
de unos meses, transcurridos los cuales, debía pasar a
África en naves portuguesas, pagando el pasaje que se le fijara.
Los que no tenían dinero para afrontar esos pagos, así
como los que entraron en el país clandestinamente, fueron
vendidos como esclavos o enviados a las islas de Los Lagartos. Quienes
salieron hacia el Magreb se reunieron con los que habían ido
allí directamente. Hubo muchos grupos, en especial aragoneses,
que embarcaron en los puertos del Mediterráneo y se
establecieron en Génova, Nápoles, Turquía, los
Balcanes y otras tierras del Próximo y Medio Oriente. Parte
llegaron también a Francia, Inglaterra, los Países Bajos
y Alemania.
Como ocurre con lo andalusí, y aún en mayor grado, apena
comprobar la escasez de huellas sefardíes que puedan rastrearse
hoy. Vale esto incluso para ciudades que contaron con juderías
magníficas. Una de las más importantes fue sin duda la de
Córdoba, entre las murallas y la mezquita, en una de cuyas
estrechas calles se mantiene en pie la menos modificada de las tres
sinagogas que quedan en España. Las otras dos son de Toledo,
cuya aljama, entre Santo Tomé y la puerta del Cambrón,
todavía renace a la evocación del paseante. Otros restos
de juderías están en Besalú, con un importante
baño ritual, Gerona, Mallorca, Ágreda, Hervás,
Ribadavia, Segovia, Tudela, Tarazona, Sevilla... Vestigios de cuando,
más o menos libres, se afanaban los rabinos en sus ritos, las
familias en las fiestas; tiempos en que los Caballería,
Benveniste, Santángel, Abravanel y Orabuena compartían
confidencias con los monarcas, muchos de los cuales no dudaban en poner
sus dolencias al sabio cuidado de médicos judíos; lo
mismo que escudriñaban los astros por los ojos de los
astrónomos brillantes de la que luego sería infame secta.
En fin, tiempos si no de igualdad, sí al menos de tolerancia.
Pero retornemos a nuestro primer argumento.
En el exilio la vida va renaciendo en nuevas juderías que la
nostalgia construye como calcos de las abandonadas. Y la
dispersión va mostrando poco a poco una cara menos adusta;
surgen zonas de colonización sefardí en las partes
más diversas del Globo, y algunas se convierten en focos de
civilización hispanojudíos. Vuelve a sonar el shofar el
día de Año Nuevo y a oírse la voz reconfortante de
los rabinos recitando pasajes de la Torá. Y regresa la
unión en torno al pan ácimo y las hierbas amargas que
acompañan al cordero en la cena pascual. También se va
hilvanando la vida en las celebraciones profanas como la de Purim o la
muy hermosa del Año Nuevo de los Árboles (Tu B'Shevat),
que festeja el florecer de los frutales en la Primavera de Israel. Pero
lo que sorprende hasta la emoción es que, junto a sus
tradiciones específicas, los sefardíes se afanan en
conservar como tesoros el idioma castellano (de juventud exultante en
el momento de la expulsión) y los cantos y bailes de su antigua
patria. Con ellos, como arrancado al tiempo, un trozo de nuestro pasado
bajomedieval. En las juderías turcas, griegas, egipcias o
marroquíes pueden escucharse todavía hoy (más
exacto: podían escucharse hasta casi ayer) voces de otro tiempo
cantando las quejas de la mujer del Cid, las peripecias de Gerineldo o
los sucesos portentosos de las fronteras en un castellano, a la vez
antiguo y vivo, que integra los préstamos de las lenguas de
contacto con la ingenua sabiduría de otros siglos. Romansas
con que animan fiestas las mujeres («No, no es ansina. El rey no
la mató»), cuentos que distraen las tardes de invierno,
proverbios que condensan la pedagogía de los viejos («El
ojo come más muncho que la boca»). Otra tradición
que agoniza en el altar de la modernidad. Cuando en 1929 Zarita
Nahón, judía de Tetuan, recopila canciones de su ciudad
natal. constata: «A mí me confiaron los romances que ya no
se oyen, en una lengua que ya no se habla». ¿Por
qué todo lo judío acabará llevándonos
irremediablemente al muro de las lamentaciones?
Vayamos más despacio.
El desconocimiento del tesoro sefardí en la Península fue
total durante siglos. Transplantadas pero no secas, ignorábamos
ramas de nuestra cultura floreciendo a sólo unos
kilómetros de distancia. Como una bolsa de monedas de oro
enterrada bajo el sillón o durmiendo durante siglos en una doble
pared. Y así fue, prácticamente, hasta un 6 de febrero de
1860, cuando en el seno de la guerra hispano-marroquí los
españoles entran en Tetuán. En los sefarditas redescubren
un trozo de patria. A continuación, llega la
investigación del idioma y del increíble repertorio de
canciones, desgraciadamente para la música, centrada ésta
exclusivamente en lo literario. En 1902 el padre franciscano Juan
Rosende recoge y da a conocer cinco romances de tema cidiano. Tres
años después, en 1905, Pulido publica su obra esencial Españoles
sin patria y la raza sefardí, un estudio exhaustivo de los
sefardíes dispersos por el mundo, confeccionado con la
correspondencia que recibió desde diferentes partes de Europa,
Asia y África. En la intelectualidad española
impactó el encontrar en El Cairo patronímicos como Castro,
Suares o Carmona; en Salónica, Benveniste,
Saltiel o Saporta; y en Marruecos, Toledano, Sereso
o Berdugo. Pero sobre todo sorprendía el mantenimiento
de ese castellano arcaico que según lugares, influjos y periodos
recibe el nombre de ladino, haketiya, dyudezmo o judeo-español.
Los esfuerzos por estudiar los romances judeo-españoles se
suceden de forma ininterrumpida hasta nuestros días y la lista
de quienes han volcado empeño y saber dilucidando sus
raíces medievales y renacentistas y los apasionantes caminos de
la transmisión, es larga.
Sones de Sefarad
Si quieres riqueza material
marcha hacia el Norte.
si quieres enriquecer tu espíritu
dirígete hacia el Sur
(Talmud)
Todo lo que hoy puede colocarse bajo el epígrafe de
«música sefardí» es de una diversidad
sorprendente. Habría que incluir la música
litúrgica, la paralitúrgica y la profana. Aparte de esta
clasificación genérica, está la auténtica
variedad que aportan los multiples florecimientos geográficos de
lo sefardí.
Como las primeras recopilaciones (las realizadas justamente cuando el
filón era más rico) se hacían sin
grabación, como el de los sonidos ha sido siempre pariente pobre
de otros saberes, como la escurridiza esencia de la música se
resiste a ser aislada, el estudio sistemático de los aspectos
musicales de los romances judeo-españoles está mucho
más atrasado que el de las cuestiones literarias. Y ello sea
dicho sin desdoro de los esfuerzos brillantes de Gonzalo
Menéndez Pidal, Larrea Palacín, Martinez Ruiz, Israel
Katz, Maria Teresa Rubiato, Susana Weich-Shahak o Judith Cohen.
Ésta última nos comentaba hace unos años:
¿por qué no aceptar el legado sefardí tal como
está, abandonando de una vez la estéril e insoluble
cuestión de su origen? Tiene razón: no hay que
obsesionarse en aplicar a los romances expedientes de limpieza de
sangre. Intelectuales como Francisco Márquez Villanueva o Juan
Goytisolo han denunciado repetidamente la resistencia actual de los
medios académicos a aceptar la existencia de una literatura
mudéjar y el papel de los conversos en la gestación de
ramas singulares de nuestra tradición cultural. Esa resistencia
corre pareja a la sospecha que suscita la riqueza multicultural de la
música religiosa y profana de los sefardíes. Todos los
trabajos sobre la música hispanojudía se apresuran a
adelantar que lo llegado hasta nosotros está sumamente
contaminado y que no viene directamente, desde las juderías
medievales hasta aquí, encapsulado en una burbuja. Los autores
señalan esta obviedad como queriendo poner las manos por delante
ante una previsible objeción de ingenuidad; pero muchos
añoran el hallazgo de algún testimonio escrito que
ratifique el convencimiento que realmente tienen sobre la
antigüedad de raíces de buena parte del repertorio.
Está claro que el legado musical sefardí, tanto el
religioso como el profano, ha llegado hasta nosotros por
transmisión oral, habiéndose impregnado de elementos
musicales de diferentes tradiciones occidentales y orientales. Esa
oralidad de la música ha sido radical hasta bien entrado este
siglo; a diferencia de la de la letra, que siempre ha contado con
excepciones valiosísimas: una de ellas, la costumbre
judeo-marroquí de los cuadernos manuscritos familiares. Otra, la
existencia de testimonios impresos muy antiguos.
Oral y múltiple, la música sefardí suena hebrea,
hispana, pero también árabe, beréber, turca,
griega, serbia, persa... Es fundamentalmente mestiza y
mediterránea.
Ese instrumento de cultura que es el disco conserva en la misma medida
en que mata. Le pasa lo que antes a la escritura musical. El
afán unificador de todo lo judío, censurado recientemente
por el profesor Ammiel Alcalay en Memories of our Future, ha
aprovechado ese medio para intentar, también en el campo de la
música, una homogeneización y reduccionismo
empobrecedores. Simplificación que se opera a expensas de lo
oriental y que pretende crear una cultura judía como
prolongación de la europea y norteamericana. Circulan versiones
estándares y occidentalizadas de Los bilbilicos, Puncha,
puncha, etc. que los propios sefardíes aprenden de los
discos. Alcalay propone una mirada limpia hacia atrás, a la
tradición: «Extenderse hacia atrás significa
también mirar adelante, gracias a la recuperación de
cuantos textos contienen música de pastores, nómadas,
almuédanos, alquimistas, matemáticos, miniaturistas,
orquestas cortesanas y lira de David, la luz y el olor de todas las
ciudades de Oriente Próximo escamoteadas para evocar tan solo a
Jerusalén...» (trad. Juan Goytisolo).
Así las cosas, nos encontramos con que la mayoría de los
acercamientos al legado musical sefardí han primado los aspectos
literarios, que siempre se han visto como más auténticos
y nobles, que la música con que se visten, ésta de
más dudoso pedigrí.
Las recreaciones que CINCO SIGLOS ofrece en este registro, tras largos
años de estudio, se tienen que edificar por fuerza en el
terreno, inestable pero fértil, de la duda. Estas versiones
puramente instrumentales quieren valorar esas melodías diversas,
vigorizadas por la contaminación y valiosísimas para
cuantos quieran adentrarse en el estudio de las músicas
antiguas. Desde que CINCO SIGLOS comenzó a investigar la
música instrumental de la Edad Media tuvo claro que, junto a la
interpretación de los repertorios conservados (fundamentalmente.
los ms. 844 de la Biblioteca de Paris y Add. 29987 de la de Londres),
habia que trabajar también en otros dos frentes: el de la
experimentación improvisatoria a partir de los repertorios
vocales (Cantigas de Alfonso X, canciones de trovadores,
troveros y minnensinger) y el del aprendizaje desprejuiciado de
cuanto pueden enseñarnos los legados andalusí y
sefardí, donde se sedimentan maneras que. con todos los matices
que se quiera. hunden sus raíces en un pasado medieval y
constituyen las fuentes vivas con que necesariamente ha de contar un
músico actual interesado en las músicas pretéritas.
Al llegar al quinto de sus trabajos discográficos, CINCO SIGLOS,
con natural fidelidad a sus planteamientos, aborda, tras la
grabación de las estampies francesas (Dansse Real.
Fonoruz CDF-270. 1996), de las istampitte italianas (Bel
fiore dança. Fonoruz CDF-611. 1999) y de una personal
indagación en los modos instrumentales hispanos (Músicas
de la España Mudéjar. Fonoruz CDF-357, 1997), algo
que ya se anunciaba en el que fue disco presentación de sus
proyectos (Unos tan dulçes sones. Fonoruz CDF-204, 1995):
el acercamiento al legado musical sefardí desde una perspectiva
estrictamente musical.
Sones de Sefarad es una pequeña muestra de estos
apasionantes desvelos.
Nuestro recorrido va desde Marruecos a Yemen, o de Castilla a Yemen,
como el viaje que hiciera en el siglo XIII el judío Benjamin de
Palencia. Hemos intentado mostrar diversidad de estilos y lugares,
dejando acaso para ulteriores trabajos acercamientos más
específicos.
Interpretamos sones sobre una nutrida representación de los
romances de los sefardíes de Marruecos: Las quejas de Jimena
es un romance documentado en tres versiones del XVI, pero los
investigadores piensan por diversas evidencias que pudo tener una larga
vida tradicional anterior a ese siglo. La música, procedente de
informantes de Tánger, tiene un sugerente —y muy
hispano— ritmo quinario.
El son sobre La consagración de Moisés parte de
una transcripción realizada por el grupo a partir de una version
de Tetuán.
Nuestra versión instrumental de la canción de boda Dezilde
a mi amor (o La novia remilgada) parte de una
transcripción realizada por el grupo a partir de versiones de
Tánger. La melodía de Tetuán, que transcribe
María Teresa Rubiato en el libro de Alvar (Cantos de boda
judeo-españoles) es distinta. En la de Tánger subyace
un inequívoco ritmo quddam. que hemos respetado.
Está Rahel lastimosa ha sido elaborada sobre una
versión de Larache transcrita por Susana Weich-Shahak.
Las piezas de los sefardíes de Marruecos encuentran en Decía
el aguadero (o La fuente fría) de Tetuán una
obra maestra, cuya sencilla perfección melódica solo
puede ser fruto de sedimento de siglos.
Hemos incluido asimismo versiones de dos piezas religiosas
emblemáticas para todos los sefardíes: Alekhem kehal
y la entrañable Ahot ketana («Pequeña
hermana») sobre el hermoso poema del cantor sinagogal del siglo
XIII Abraham Hazzan Girondi, Abraham de Gerona. Para la
realización de ambas hemos trabajado sobre diversas fuentes
sirias y marroquíes.
Nuestra realización de Hermanas reina y cautiva (Morikos,
los mis morikos) se basa en tres versiones vocales: una de
Milás, otra de Tekirdag y una tercera de Salonica. Es un romance
que se conoce en un centenar de versiones modernas en la
Península bajo varios títulos. No aparece en las antiguas
colecciones impresas peninsulares, aunque sí figura una
versión judía oriental del romance en un manuscrito
veneciano fechado en 1702. Lo más característico de estas
tres versiones (y de algunas mas que hemos podido consultar) es el
peculiar ritmo de siete.
Scalerica le hizo y El raptor pordiosero las presentamos
enlazadas. Para la segunda hemos utilizado una version de
Jerusalén y para la primera una de Constantinopla.
Elaboramos solos libres sobre El conde niño, Y una madre
comió asado (Rodas) y Tres hermanicas
(Salónica).
Triste está el rey David es un bello romance procedente
de Esmirna, que puede ser de los más antiguos. Hay cierta
nobleza renacentista en su melodía.
Cuando el rey Nimrod también conocido como Abraham
Avinu («Abraham nuestro padre»), es una pieza
emblemática, que ya pertenece a las comunidades sefardíes
del mundo entero.
Yéndonos al margen, hemos querido llegar hasta casi las afueras
de nuestro tema, grabando una versión de un piyut de los
judíos de Yemen, que la tradición sitúa en torno
al siglo XVI. Se trata de Qyria Yefefyia.
Nuestro empeño no ha sido mostrar los romances (ellos brillan
con fuerza en su medio natural), sino resaltar sus cualidades puramente
melódicas mediante recreaciones instrumentales.
Hemos querido también devolver sur al sur.
Ojalá algún fragmento de este disco se acerque a lo que
Borges quería para los libros y Hölderlin para la vida:
brindar una ocasión a la poesía.
Antonio Torralba