Cecus. Colours, blindness and memorial / Graindelavoix
Alexander AGRICOLA and his contemporaries



Cecus: Agricola y la estética de la ceguera

Aunque en mis investigaciones sobre el tema no he encontrado más que huellas residuales de la conexión entre la ceguera y la música, estoy convencido de que «lo ciego» o la ceguera es una imagen clave para Alexander Agricola, el compositor, cantante e instrumentista nacido en Gante que murió en Valladolid mientras estaba de viaje con la capilla borgoñona-española (viaje que también habría de saldarse con la muerte de Felipe el Hermoso). En cierto sentido, podríamos decir que esta «imagen de la ceguera» es el retrato de Agricola, siendo en potencia Cecus non judicat de coloribus un autorretrato musical. Sin embargo, en este disco he intentado no tanto trazar una semblanza del propio Agricola como seguir la pista de «lo ciego» en su obra, así como en otras músicas directamente vinculadas con la suya.

Lo que quiero desarrollar aquí no es tanto una simple analogía con la música (en cierto sentido, ¿no supondría eso que también deberíamos tener en cuenta la sordera como condición a efectos de composición e interpretación?), sino reflexionar sobre el funcionamiento más complejo y específico de lo visual y lo acústico en el pensamiento del medioevo tardío. En general, como ocurre con los pintores y otros artistas, los músicos no elaboran teorías escritas sobre el arte sino que las manifiestan por medio de imágenes, aunque sean musicales. Es así como esas imágenes cobran significado y sólo a través de su repetición se puede identificar su lógica estética subyacente.

Reconozco que hay un peligro inherente en este intento de desarrollar una especie de lógica estética de la ceguera en el arte de Agricola a base de huellas y conexiones tomadas de escritos y anécdotas contemporáneas. Una empresa tan ambiciosa en apariencia como esta bien podría convertirse en un extravío por las tinieblas en sí misma, pero aun así estoy convencido de que existe una práctica estética aún por revelar en el corazón de la tradición polifónica en torno al año 1500. Además, este enfoque presenta una estética musical en un contexto mucho más amplio que la teoría musical, al tiempo que se ciñe estrictamente a su tema.


Un ciego no emite juicios sobre los colores

Considerando en primer lugar la cuestión de la identidad del ciego de nuestra grabación, hay una pieza notable escrita por Alexander Agricola que se suele conocer por el título de Cecus non judicat de coloribus («el ciego no emite juicios sobre los colores»), una gran obra en dos partes para tres voces y sin texto (aunque en algunas fuentes antiguas va acompañada de títulos que parecen referirse a un motete sacro, pero que también podrían ser descriptivos).

Hans Neusidler, que realizó un arreglo para laúdes treinta años después de la muerte de Agricola, destacó que los cantantes de la época le llamaban a la pieza «Der Alexander», mientras que Marc Lewon, un laudista de nuestro tiempo, ha sugerido que el «cecus» era el propio Agricola. Con mayor prudencia, yo diría que Cecus al menos revela algo de la personalidad y el estilo artístico de Agricola: la obra parece tener un cometido pedagógico y consiste en un catálogo de todas las posibles clausulae, ostinati, desarrollos hexacordales, etc., todos ellos elementos musicales conocidos como colores. ¿Es extraño entonces que un manual tan práctico – si asumimos que el término manus es una referencia al papel crucial de lo táctil y de las manos para los invidentes – recibiera un título que se refiere a la ceguera? Sin embargo, hay una potente tradición occidental que equipara la ceguera con la ignorancia y la estupidez y en principio parece como si Agricola compartiera este uso metafórico de la ceguera para igualarlo con el analfabetismo (ya que la falta de vista hace que los ciegos sean incapaces de cualquier juicio o conocimiento sobre los colores).

El título, Cecus non judicat de coloribus, actúa casi como un proverbio y es una abreviación simplificada de una frase debida a Aristóteles (y no un error de lectura, como afirmó Christopher Page). Dos célebres filósofos medievales, el agustino Enrique de Gante y el dominico Santo Tomás de Aquino usaron esta idea para demostrar la ausencia de conocimiento, pero sólo el franciscano Juan Duns Scoto le dio un giro positivo; la ceguera le mostró la posibilidad de hablar y razonar sobre conceptos e ideas que no se podían ver fenomenológicamente. La idea también apareció en forma de proverbio en escritos sobre teoría musical como los del teórico del siglo XVI Franchinus Gaffurius y, antes, en los del autor anónimo de finales del siglo XIII conocido como Summa Musice, quien empleó la cita aristotélica en sentido concreto y físico antes que como metáfora, poniendo el énfasis en la importancia de la mano como utensilio preferente de la música. En este contexto, la mano es un instrumento mnemónico, un aide-mémoire no sólo útil para los ciegos sino para quienquiera desee aprender teoría musical, y en este sentido metafórico pasa de la oscuridad de la ignorancia a la luz del conocimiento. Se trata, por supuesto, de la «mano de Guido», usada por los estudiantes de música para aprender los intervalos y hexacordos según el sistema inventado por Guido de Arezzo. La mano proporcionaba todas las notas de la musica recta, que era necesaria para un teórico musical; con ella, Guido estimuló el uso de la notación y dio prestigio a la condición del musicus, elevándolo por encima de la estupidez animal de los meros intérpretes. La cualidad táctil de la mano hace posible un sistema de significación teórica y visual.


Dos violinistas de Brujas

Con esta pieza de Agricola, lo que sostengo es que el compositor estaba apuntando a un estado físico a la hora de elegir su título. Hemos encontrado una serie muy interesante de vestigios que demuestran que no estaba usando esta cita como broma ni tampoco se estaba apuntando de manera facilona a la tradición moralista que tomaba a los ciegos por idiotas (en todo caso, si hubiera alguna intención humorística por parte de Agricola, se habría manifestado con la misma complejidad y ambigüedad de un pintor como Hieronymus Bosch, El Bosco). Mi hipótesis es que Agricola entendía la ceguera como una condición física y espiritual de su oficio. La clave de ello se encuentra en una pequeña anotación a la obra Cecus en el Cancionero de Segovia, fuente que a menudo se ha relacionado con la capilla de Felipe el Hermoso y Juana de Castilla, de la que Agricola era miembro. Junto al título de la pieza se puede leer «Ferdinandus et frater ejus». Reinhard Strohm ha mostrado con claridad que estos dos hermanos eran los famosos violinistas ciegos Carolus y Johannes Fernandes, que a la sazón vivían en Brujas pero que habían servido en la corte francesa de Carlos VIII, probablemente en la misma época en que Agricola estuvo empleado en ella.

En su obra De inventione et usu musicae, el famoso teórico Johannes Tinctoris se había deshecho en elogios hacia el arte de estos dos hermanos (Carolus tocaba el superius y Johannes, el tenor), que había experimentado de primera mano en Brujas. Además, los dos músicos eran hijos del violinista ciego castellano Jehan Fernandes, que se trasladó a la corte de Borgoña a mediados del siglo XV (junto con su colega ciego Jehan de Cordoval), y cuyo virtuosismo según describió Martin le Franc, asombró a Binchois y Dufay. No sabemos si acaso estas dos generaciones de intérpretes virtuosos de música polifónica no representa más que la punta del iceberg de una tradición de músicos ciegos, pero, en todo caso, se los tomaba muy en serio en círculos de músicos polifónicos de Francia y los Países Bajos y se los reconocía como intelectuales, hasta el punto que llegaron a ocupar puestos docentes universitarios en Letras (incluso en el mismo París).


El «ojo interno»

En términos de cómo se aprendía y ejecutaba la música, la condición del músico ciego implicaba por definición una manera manual y táctil de tocar, con dependencia de la tradición oral y de la escritura interna de la memoria. Las partituras adecuadas se habían de encontrar por fuerza en la mente y había que leerlas con una especie de ojo interno, lo cual nos lleva a un sentido de reevaluación o rehabilitación de la persona ciega como alguien que «ve» de manera más profunda, puesto que «ve» la realidad invisible de las cosas.

Por lo que respecta a Agricola, no sabemos si él mismo era ciego, aunque no me sorprendería que lo hubiese sido. En cualquier caso, probablemente fue el compositor que escribió una música más enfocada a lo visual, no sólo en el sentido metafórico de la visión con el ojo interno, sino por la cualidad táctil de sus líneas y rasgos. Era un auténtico pintor en sentido físico y táctil, del tipo que aspira a asombrar, deslumbrar o «cegar». Por supuesto, su estética de lo táctil es sinónima de una estética de la ceguera. Para entrar en la lógica de la ceguera hay que aceptar esta percepción táctil.


Los ciegos que guían a los ciegos

En relación con esta cuestión de lo táctil y lo visual en la práctica polifónica, merece la pena traer a colación otros detalles más accesorios, y sin duda casi por completo descuidados, de la polifonía cantada. Aquí es donde la referencia a materiales iconográficos puede resultar de gran ayuda. Siempre me he preguntado cómo se colocarían los cantantes de una capilla mientras cantaban y a menudo la iconografía relevante me ha recordado a un grupo de ciegos que se guían unos a otros con las manos sobre los hombros. Tales miniaturas y dibujos son la contrapartida inmóvil del cuadro de Brueghel La parábola de los ciegos, pero la inmovilidad que representan sólo es aparente y en realidad los cantantes no cesan de acelerar sus invisibles sonidos. Mientras que están quietos, su raison d’être es el movimiento en el sonido; y mientras que están de pie juntos, tocándose unos a otros, guiándose unos a otros por distintas pistas invisibles, algunos de ellos «cantan según el libro», colocado sobre un gran atril. Además, algunos de los cantantes de estas miniaturas llevan grandes anteojos para poder leer las notas de la música (aunque es cierto que esto podría no ser otra cosa que un símbolo destinado a recalcar su condición de litterati ).

Hay una conocida miniatura de la capilla de la corte francesa en tiempos de Carlos VIII que muestra a los cantantes agrupados en torno a un gran atril, pero con toda la atención centrada en un extravagante cantor con ese tipo de gafas, Johannes Ockeghem. Sin embargo, tal como ha sugerido Fabrice Fitch, en ese cuadro no sólo se representa a Ockeghem sino probablemente también a Agricola. Aquí mi interés es más conceptual que puramente biográfico. ¿Es una coincidencia que esta miniatura tenga que ver con la visibilidad? Eso es algo que recalcarían los hombres que leen el manuscrito: el notable hombre con los grandes anteojos y, delante de él (casi podríamos olvidarnos de verlos), los ciegos que guían a los ciegos, con la típica pose del hombre que no ve con la mano puesta sobre el hombro de su guía. Pero parece como si el guía también estuviera ciego, dada la manera en la que parece que necesita tocar el manuscrito (¿o acaso está sosteniendo algún tipo de pequeño papel en su mano derecha?). Es como si la miniatura quisiera comunicarnos que «somos capaces de leer, tenemos el par de gafas adecuado, pero a la vez somos como los ciegos: nos tocamos y guiamos unos a otros porque no estamos leyendo». Se trata, por tanto, de tocar como opuesto de leer, o, mejor aún, como una variedad de lectura más profunda.



La partitura musical «táctil»

Se puede considerar por tanto que la ceguera guarda relación con lo táctil pero también con la capacidad (o incapacidad) de leer la partitura. En esa época la práctica musical no estaba ligada a la partitura escrita ni a las posibilidades de notación, por supuesto, y aún se encontraba inscrita en una tradición oral dentro de la cual la notación escrita funcionaba como herramienta útil. Fue el sueño de Guido de Arezzo que la partitura escrita arrojara luz sobre la oscuridad de la dependencia de lo que se había aprendido por tradición y que los pentagramas hicieran posible una ejecución musical sin memoria ni interpretación. Lo que no entendió es que el ver nunca fue cuestión de percepción sino siempre de memoria. Para Guido, la memoria era algo relacionado con los tiempos pasados, y además esa facultad se encontraba atascada en una repetición de la que jamás podrían surgir novedades. El ciego era literalmente alguien vinculado a los accidentes, que añadía como si fueran adornos adicionales y por azar. Siguiendo este argumento se podría considerar al ciego como si estuviera liberado de la esclavitud que supone una partitura visual. Aunque Agricola se viera influido por ello –¿cuántas estudios no han destacado ya los préstamos que tomó de estilos y prácticas ex tempore?–, deberíamos considerar la situación en otro nivel, más allá de la dualidad de oralidad y escritura.

La oralidad misma también funciona con una suerte de partitura mental, una partitura invisible que flota en el aire, por así decirlo, pero que no hay que imaginarse de la misma manera que las partituras visibles y escritas. No se trata de una especie de «super-partitura» ideal en sentido platónico, sino más bien un modo operativo, un ingenio. Y, para Agricola, la cuestión era funcional y operativa: ¿cómo haces o trazas una línea, cómo te sumerges en ella, cómo te dispones para interpretar un complejo de líneas, cómo podemos ponerle un límite a la tradición y la memoria para que podamos experimentar la aparición de algo nuevo?

La estética de la ceguera de Agricola es el lado emblemático de su estética de lo táctil: es operativa, manual y manipuladora. El espacio en el que opera es invisible, oscuro, virtual: se puede tocar, o le toca a uno para hacerse perceptible. Si uno no está preparado, caminar por ese espacio es algo desorientador, o incluso cegador. Así es como se percibía en torno al 1500. Lo opuesto a esta estética táctil de la experiencia es una estética del juicio (de lo visible y la distancia).


La polifonía y lo visual

Una de las formulaciones más claras en el contexto de la polifonía y lo visual se encuentra en el tratado De natura cantu ac miraculis vocis, del humanista holandés Mattheus Herbenus de Maastricht (tal como ha estudiado en los últimos tiempos Rob C. Wegman). En ese tratado, el enfoque compositivo de Agricola se ve sometido a una crítica concienzuda, apropiada para su época, como es natural, pero en la cual se contrasta con los métodos empleados por dos contemporáneos en particular, Weerbeke y Obrecht (¿no deberíamos pensar hoy en día en incluir en esa compañía a Pierre de la Rue, Champion e incluso Josquin? El propio Wegman nos ha transmitido hace poco la imagen de Josquin a principios del sigo XVI como compositor cordial pero estrafalario y extravagante). Si uno lee las afirmaciones de Glareanus en las que critica a Josquin no hay motivo para la duda, ya que los ejemplos de su estética preferente que cita son: la posible huella de la memoria, la garantía de un espacio transparente apropiado, el uso monocromático de los colores, el punto de vista fijo de la mirada (así como no alterar o multiplicar los puntos de vista), la sencillez y declamación silábica del texto, la lentitud del movimiento y la evitación de la velocidad, la evitación de multiplicidades, efectos deslumbrantes y sonidos veloces que se desvanecen de inmediato. Todo esto parece describir el ideal de un espacio perspectivista propio del Renacimiento. Para mantenernos dentro de un vocabulario apropiado para una estética de la ceguera, podríamos añadir que el espacio transparente renacentista es un tópico manido, desde luego; recibe su verdad visual de su estatus de sentido común. Pero ya desde Aby Warburg, los historiadores del arte han tendido a propugnar una perspectiva mucho más compleja y heterogénea. Un espacio ciego es un espacio progresivo, una labor de localización, una experiencia desde dentro. Si se trata de un paisaje, es un paisaje interno, no una vista panorámica.


El estilo visual y táctil de Agricola

Las metáforas visuales parecen ser las más aptas, y con razón, para describir el estilo de Agricola. Hace poco, Fabrice Fitch ha resumido en dos artículos los elementos más importantes de ese estilo. Sorprende el uso «aconsejado » de rasgos visuales y táctiles – «porque el elemento físico se experimenta muy directamente en la interpretación, de manera más inmediata por quienes la están llevando a cabo». En primer lugar, Fitch pone énfasis en el carácter gestual de las frases de Agricola. Una línea es un gesto, un rasgo, un incentivo, a la vez visualmente esencial y apenas susceptible de percepción o fijación: aquí nos encontramos en el corazón del ambiguo juego de Agricola sobre lo ciego.

El segundo rasgo es la elevada cantidad de notas y de velocidades a las que aparecen, todo lo cual lleva a una densidad de superficie extremadamente intrincada. Por supuesto que no es sólo un juego de metáforas; ¿no es la superficie lo que toca la persona ciega? ¿No es la calidad de la superficie de singular importancia para los ciegos, que son capaces de tocarla y sentirla? El espacio musical de Agricola es lo que yace entre lo visual y el sonido: un espacio del tacto.

El tercer rasgo tiene que ver con la socavación de los puntos de referencia, desempeñados a menudo por cadencias, que establecen una multiplicidad de líneas sin paradas ni descansos y van en todas direcciones, ya sean líneas góticas y ornamentos o una verticalidad y profundidad más espacial y paisajística. Como señala Fitch, «la frecuencia de cadencias en Agricola debilita su percepción como unidades sintácticas, y por ende su eficacia funcional». Aquí estamos muy cerca de la crítica de Herbenus. Un enfoque es dificultar la percepción de las cadencias; otro es usar lo que Fitch llama atinadamente una «cadencia ciega» y «uno de los recursos favoritos de Agricola»: una especie de callejón sin salida musical, que presenta en una voz los aparentes rasgos de una cadencia sin los rasgos funcionales necesarios en otra. Lo que Fitch describe es de hecho el parcours (curso o ruta) de la persona ciega, que carece de visión general pero se encuentra en medio de las cosas, lo cual le lleva a callejones sin salida. Los procesos musicales o retóricos nunca se emplean para aclarar el espacio sino, al contrario, para difuminar las distinciones y reforzar la densidad de las superficies. Aquí se afirma el desastre y el caos de las posibilidades infinitas y las crecientes imperceptibilidades.

Un cuarto rasgo es el carácter ad hoc de gran parte de los procedimientos de Agricola, un proceso típicamente ciego en dos sentidos: primero, porque el ciego carece de una visión general y decide al momento adónde ir; segundo, porque pone énfasis en la posición del intérprete/improvisador, siempre ciego para sí mismo y para su interpretación en el momento en que actúa, buscando en el libro de su experiencia y memoria, activando partes de él, estableciendo conexiones nuevas e imprevistas. La emoción del oyente va ligada en gran medida al conocimiento de que el operador sólo es parcialmente consciente de lo que está haciendo, no ve las líneas musicales que está trazando –cosa que tampoco verá después si no se le graba– y, en este sentido, no deja ni una huella tras de sí.


La ceguera cromática y los disparates

Aparte de una especie de rehabilitación de la condición de ciego, quizá también sea relevante señalar que los musici que dependen de la mano de Guido son por definición ciegos a los colores: la mano te proporciona toda la musica recta pero no la musica ficta, los colores invisibles en el sentido de los intervalos cromáticos que no están escritos en la partitura. En la lógica de la visibilidad y la transparencia, los colores, cromatismos y coloraturas son problemáticos y ciegan el espacio apropiado. Erasmo dijo de Durero que había pintado lo que no se podía pintar porque era puro movimiento o iba más allá del sentido de la vista: los vientos y, más aún, la voz.

En la lógica de la ceguera, Agricola parecía capaz de transponer en música lo que era una facultad de la mirada o de ningún sentido en absoluto: el ojo interno. Sin embargo, si la fascinación de Agricola con la mirada, el ojo y los ciegos se limitara únicamente a Cecus sería difícil hablar de una lógica estética; pero no es así, ya que es un elemento al que regresó, y quizá con mayor frecuencia de la que podemos asegurar hoy. Su obra más popular, por ejemplo, Si dedero sompnium oculis meis, originalmente parte de los rezos de maitines. Reelaborado como pieza independiente, es casi una berceuse sobre los ojos que se cierran y la mirada durante el sueño. ¿Es posible descubrir el verdadero significado de esta obra si tomamos en consideración las composiciones de ciertos colegas de Agricola que parecen ser parodias de Si dedero (por ejemplo Si sumpsero de Obrecht, Si bibero de Ninot le Petit y Si dormiero, ya sea de La Rue o bien de Isaac)?

También se puede pensar que la Fortuna desperata de Agricola tiene un claro vínculo con la mirada o con la ceguera, incluso si no parece más que un arreglo a seis voces de una canción italiana original para tres voces, por mucho que incluya todos los rasgos deformadores e inquietantes antes descritos. No obstante, Andrea Lindmayr-Brandl realizó hace poco unos interesantes comentarios sobre los aspectos visuales de la única versión escrita existente de la canción, en el Augsburger Liederbuch, que llevan a la conclusión de que el arreglo visual era parte intrínseca de la composición. A la izquierda vemos las voces simples originales y a la derecha los tres exuberantes añadidos, colores, llenos de intervalos muy pequeños, de bucles típicos de contratenor y de secuencias melismáticas en tesituras amplias o extremas. Se trata de la contribución personal, aunque menos evidente, de Agricola a lo que los alemanes llaman Augenmusik, cuyo mejor ejemplo quizá sea el lamento de Josquin por la muerte de Ockeghem, escrito en notación negra.

Si uno se pregunta por qué iba Agricola a realizar semejante arreglo de Fortuna desperata, creo que hay una razón, que sería bastante obvia para cualquier amante del arte que viviera en España o en el sur de Italia hacia el año 1500. La respuesta se halla en el título de la obra: en España solía haber un género de poesía popular llamado los disparates, una forma de fantasía sin sentido que en el norte se llamaba fatrasie. En un reciente artículo sobre la corte de Felipe el Hermoso, Paul Vandenbroeck interpretó estos disparates como el nombre español de las chimères, drolleries y grilles que pintó Hieronymus Bosch. En el disparate poético, el ojo del sujeto («yo») está algo sobreexpuesto, cegado de tal manera que lleva a una experiencia de la locura. El disparate despliega una superficie en continua metamorfosis, con cambiantes flujos de significado, transiciones de contenido y transformaciones formales, todo ello puesto en circulación con una suerte de orden irracional. Escuchando la música de Fortuna desperata se podrá oír exactamente lo que le habría disgustado a Herbenus: ¡demasiadas notas a la vez! Los disparates de Agricola empujan la versión original a un paisaje casi extático, fácil de comparar con otros ejemplos del exuberante arte del gótico tardío. En ellos, el oído está tocando, casi viendo.


Mémoires

Una cosa es la ceguera por sobreexposición, pero los ojos también pueden resultar infra-expuestos. Había una forma de arte relacionada con ello, y es algo que también actúa como tema clave en esta grabación: el don de las lágrimas (la otra facultad de los ojos) en la sociedad borgoñona tardía. Quizá ninguna sociedad desarrolló este poder de manera tan activa. La conexión entre el arte de la polifonía y el ojo estriba en la capacidad del ojo de lagrimar, llorar y lamentar, invistiendo a la mémoire por sus posibilidades de conmemoración.

Los franceses siempre han cultivado esta conexión entre el ojo (l’œil), el pesar (d’œil / deuil) y la expresión de lo que va más allá de las capacidades humanas (dieu / d’yeux), ya sea en Agricola (Je n’ay deuil / d’œil), en Jean Molinet (habis de dueil / larmes d’œil) o en el escritor y poeta del siglo XX Edmond Jabès. La infra-exposición del ojo se muestra claramente en la figura sin rostro del pleurant borgoñón cuya cara bañada en lágrimas está totalmente cubierta por el enorme capuchón de su hábito. No podemos ver sus lágrimas ni sus ojos, como si eso expresara su propia privación de la vista, algo similar a quien lleva gafas de sol en la oscuridad. Hay una conexión íntima entre llorar y sollozar en sus representaciones visuales y auditivas: es como si no hubiera lamentos posibles sin lágrimas y viceversa. Es aquí donde la mémoire como Trauerarbeit y como arte de la memoria refleja más activamente una experiencia sinestésica o una práctica más allá de la representación: travail dueil / d’œil / d’yeux / dieu. Un memorial también es un retrato, pero velado, un retrato hecho y visto entre lágrimas, una imagen atribulada, tal como la describe Jacques Derrida en su famoso libro Mémoires d’aveugle. Al mismo tiempo, es un retrato de la persona que lo compuso y por ese motivo hemos añadido dos piezas «ciegas», la teatral Absalon fili mi y la menos común De profundis clamavi, alabada y criticada por Glareanus, ambas atribuidas a Josquin en su día pero hoy consideradas obra de los tardíos camaradas y también «negros» de Agricola, Pierre de la Rue y Nicolas Champion.

BJÖRN SCHMELZER
traducido por Miguel Schmid