Tomas Luis de VICTORIA, 1548-1611. Requiem
Officium Defunctorum, 1605 / Capella de Ministrers





Licanus CDM 0615
2005






1. Lectio. Taedet animam meam   [5:23]

2. Introitus. Requiem aeternam   [5:18]

3. Kyrie   [6:20]

4. Graduale. Requiem aeternam · In memoria aeterna   [2:36]

5. Offertorium. Domine Jesu Christe   [6:00]

6. SanctusBenedictus   [3:01]

7. Agnus Dei   [3:51]

8. Communio. Lux aetema   [3:27]

9. Motectum. Versa est in luctum   [2:56]

10. Responsorium. Libera me   [11:27]






Capella de Ministrers

Elisa Franzetti / Pilar Esteban, sopranos
Alicia Berri, contralto
Josep Benet / Pedro Castro, tenores
Tomás Maxé, bajo

Jordi Comellas, viola
David Antich, flauta
Paco Rubio, cornetto
María Crisol, bajón
Jordi Giménez / Elies Hernándis, sacabuches
Ignasi Jordà, órgano
Pau Ballester, percusión


Cor de la Generalitat Valenciana

Jacqueline Squarcia / Inmaculada Buriel, sopranos
Erika Escribá / Dulce Vila, mezzosopranos
Asunción Deltoro / Marián Brizuela, contraltos
Rafael Ferrando / Antonio Gómez, tenores
Joan Valldecabres / Ricardo Sanjuán, barítonos
José Poveda / Luis Gonzalo, bajos

Carles Magraner, dirección





Grabación en vivo efectuada durante el concierto celebrado en el Saló Alfons el Magnànim
del Centre Cultural de la Beneficencia de Valencia el 29 de noviembre de 2005.

Grabación y masterización: Jorge. G. Bastidas
Diseño y maquetación: Annabel Calatayud
Portada: Detalle de El sueño del caballero, Antonio de Pereda,
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando








UN REQUIEM UNIVERSAL

Si bien desde la Edad Media el uso de la música coral era práctica habitual en los oficios religiosos, la Misa de Requiem como tal no se manifiesta hasta el siglo XV. En realidad hasta que Gulllame de Machaut escribe la Messe Nostre Dame (ca.1350) no hay una misa completa, con sus partes unificadas, atribuible a un solo compositor. Sería Dufay, un siglo después, quien escriba la primera Misa de Difuntos aunque sólo nos consta el dato de su composición ya que la obra se ha perdido (el autor hace alusión a ella en su propio testamento). Es, por tanto, el célebre Requiem de Ockeghem, escrito alrededor de 1460, el que inaugura la extensa lista de partituras encuadradas en esta forma musical. Con la eclosión de la música polifónica en el siglo XVI, la Misa de Requiem alcanza un notable desarrollo. De hecho, los compositores españoles y portugueses del siglo XVI y comienzos del XVII escribieron este tipo de obras de forma casi sistemática: Pedro de Escobar, Juan Vásquez, Cristóbal de Morales, Francisco de Guerrero, Tomás Luis de Victoria, Duarte Lobo, Manuel Cardoso, etc. contribuyeron al florecimiento musical de este texto, particularmente sombrío y dramático, que coronaba el momento más misterioso e inquietante de la vida.

Hombre de espíritu humilde y de profundas convicciones religiosas, Tomás Luis de Victoria dedicó su vida a servir a Dios y a ensalzarle con su obra. A diferencia de otros polifonistas de su época, evitó componer música sobre temas profanos siguiendo las directrices del Concilio de Trento que prohibía dicha práctica por razones de ortodoxia religiosa. Sólo una excepción: la Missa Pro Victoria basada en la La Guerre de Janequin y cuya autoría precisamente por temática y estilo algunos han puesto en duda. Entre sus misas y motetes —no fue un compositor prolífico en comparación con Lassus o Palestrina— hay dos grandes obras que brillan con luz propia: el Officium Hebdomadae Sanctae (Roma 1585) y el Officium defunctorum (Madrid 1605). Esta última, que contiene algunos de los pentagramas más bellos del maestro castellano, es una de las Misas de Requiem más famosas de la historia junto a las de Ockeghem, Mozart, Verdi y Brahms (esta última no está compuesta sobre el texto litúrgico y, por ello, no es un Requiem en el sentido estricto).

En 1567 Victoria fue enviado a Roma con el fin de perfeccionar su educación musical. Allí fue acogido en el Colegio Germánico, institución jesuítica, donde más tarde se convertiría en maestro de capilla. En 1575 sería ordenado sacerdote y poco después nombrado capellán de San Girolamo della Carità, sede de la congregación de San Felipe de Neri. Tras haber pasado varios arios en Roma donde publicó la mayor parte de su obra en lujosas ediciones que, según se dice, fueron la envidia del propio Palestrina, el abulense volvió a Madrid, alrededor de 1586, para ocupar el puesto de capellán y maestro de capilla del Real Convento de las Clarisas Descalzas, hogar de la hermana de Felipe II, la Emperatriz María para cuyos funerales en 1603 Victoria compuso el Requiem (aunque la partitura esté dedicada a su hija, la princesa Margarita).

Escrita a seis voces —dos sopranos, un alto, dos tenores y un bajo— fue, en realidad, su segunda misa de difuntos (la primera, a cuatro voces, fue compuesta en 1533). Victoria compuso la música para la propia misa además de un motete funerario Versa est in luctum, la absolución Libera me, que sigue a la misa, y la segunda lección de maitines para los difuntos, Taedet animam meam, a cuatro voces. El maestro castellano sorprende con las omisiones de la línea musical para el verso "Hostias et preces" y para la repetición del texto de "Quam olim Abrahae" del Ofertorium. No facilita ni canto llano, ni polifonía alguna lo cual supone un problema para los intérpretes que adoptan diferentes soluciones, desde omitir el verso completo, recuperar la misma sección de su primer Requiem hasta derivar la música de otra obra del compositor.

Además de su interés musical, la obra tiene —con la perspectiva que nos da el tiempo— un especial valor simbólico, pues, representa un adiós no solo a la propia vida del abulense (fue su "canto del cisne") sino también un adiós a la música renacentista, a la hegemonía de España en el mundo y a una época de gloria para nuestras artes (literatura, pintura, música, etc.) que nunca más se habría de repetir. La música polifónica de Morales, Guerrero o Victoria, la vihuela de Luis Milán, Luis de Narváez o Alonso Mudarra, la música para viola de Diego Ortiz con su Trattado de Glosas a la cabeza o el órgano de maestros como Antonio de Cabezón o Correa de Arauxo son sólo algunos buques insignia de la poderosa "Armada Invencible" musical de entonces. Precisamente en 1605, año de publicación del Requiem, se editó la primera parte del Quijote y algunos años antes había aparecido el Lazarillo de Tormes. En literatura nos encontramos también con San Juan de la Cruz, Fray Luis de León y Santa Teresa de Jesús o con los tres grandes dramaturgos del Siglo de Oro: Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca. En pintura sobresalen Ribera, Zurbarán y, por supuesto, El Greco cuyas sobrias y alargadas líneas han sido a menudo comparadas con la música de Victoria.

El Requiem de 1605 es la misa más representativa de la polifonía renacentista española y la que mayor atención ha recibido por parte de estudiosos e intérpretes de todo el mundo. A la cabeza siempre han estado los conjuntos británicos, que también han sido los mayores defensores de la partitura en disco. Desde hace poco tiempo se han sumado los españoles, favorecedores de lecturas menos inmaculadas que las de sus colegas anglosajones pero de mayor calidez y expresividad. Es el turno ahora de Caries Magraner y su Capella de Ministrers. En su versión, lo español cobra más fuerza que nunca. Magraner hace uso de varios instrumentos para arropar el entretejido polifónico; no sólo órgano y bajón sino también flautas, violas, sacabuches y cornetto —instrumentos habituales en las catedrales españolas de la época— visten las amplias líneas de Victoria y sirven también la imaginaria procesión del féretro en forma de introducción instrumental antes del Taedet animam meam. En cuanto al aspecto vocal, el músico valenciano favorece un coro mixto adulto formado por sexteto vocal y dos voces más por parte (dieciocho voces en total). Una opción entre las muchas y variadas actualmente disponibles en catálogo y que siguen diferentes corrientes interpretativas. En cualquier caso, parece evidente que una obra de tal belleza no puede limitarse a una sola lectura, a una sola versión, pues diferentes versiones, siempre hechas desde "la humildad y el respeto" (Bruno Turner), iluminarán la obra de un modo diferente y enriquecerán nuestro conocimiento de la misma.

Síntesis de su profundo sentir religioso, su misticismo y el rendido sometimiento a las normas tridentinas, el Requiem de Victoria encuentra su marco ideal en iglesias y catedrales, entre fríos muros, grandes altares, refulgentes vidrieras, rosetones multicolores y altos techos abovedados; allí donde las largas y sostenidas frases musicales de Victoria resuenan a mayor gloria de Dios. Su Requiem es una obra de arte sin más aspiraciones que la comunión con Dios y el anhelo de descanso eterno. Todavía hoy, cuatrocientos arios después de su composición, esta despedida musical consigue emocionar a través de un callado fervor y una incomparable intensidad expresiva conseguida con los medios más simples. Una música, sobria, equilibrada y profunda, que seduce y enreda nuestros sentidos como pocas e invita al recogimiento y a la contemplación. Ewig, ewig...

Ignacio Deleyto Alcalá