Els Viatges de Tirant lo Blanch / Capella de Ministrers
La música en el Tirante · Maricarmen Gómez













La música en el Tirante
Maricarmen Gómez


Cuando se habla de las fuentes para el estudio de la música, sea medieval o de cualquier otra época, se suele entender por tales los manuscritos e impresos musicales, la documentación histórica, incluida la prensa escrita, y los materiales iconográficos referidos a todos aquellos aspectos que tengan que ver con la creación y la práctica de la música. La literatura raramente se tiene en cuenta como fuente de información musical, a no ser que haga mención a algún fragmento o repertorio específico, con la particularidad de que la novela es entre sus géneros el menos favorecido, porque cuando alude a la música suele hacerlo de forma anecdótica y en un contexto un tanto al margen del devenir histórico.

No obstante, en una novela, por imaginativa que sea, aquellas referencias que se relacionan con la actividad musical son reflejo de la realidad incluso cuando trata de mundos míticos. Su valor como fuente de información es por fuerza relativo, pero esto no impide que en determinados casos merezca tenerse en cuenta, especialmente cuando la narración pertenece a una época sobre la que los datos de que se dispone no son exhaustivos.

Tirante el Blanco, la famosa novela de caballerías que Joanot Martorell escribiera allá por el último tercio del siglo XV de cuya primera edición en castellano está a punto de cumplirse el quinto centenario -coincidiendo con el quinientos veinte aniversario de la primera edición en valenciano-, tal vez no sea el ejemplo ideal que en cambio podría serlo el Quijote, por sus muchas alusiones a la música frente a las muy escasas del Tirante, reducidas en la traducción al castellano. Ello no le resta validez al ejercicio de tratar de averiguar lo que puedan aportar como fuente de información musical, a modo de homenaje a un texto "mina de pasatiempos" como dijera Cervantes, al que la obra de Martorell si le llamó la atención fue, entre otras razones, por sus toques realistas, cosa poco o nada frecuente en las obras de género caballeresco.

Las andanzas del famoso caballero Tirante el Blanco transcurren en un marco geográfico muy amplio, que va desde Inglaterra y la Bretaña francesa hasta el norte de África y el Imperio griego, pasando por las islas de Rodas y Sicilia, lo que para nada se traduce en una variedad de "contextos" musicales, antes al contrario. La uniformidad de cuantas referencias tienen que ver con la música es total de principio a fin de la narración, y ello tanto en lo referido al mundo cristiano como al de los moros, sobre el cual solo se indica el uso en sus ejércitos de ciertos instrumentos musicales. En términos  generales puede afirmarse que a Joanot Martorell la música le interesaba bastante poco, en contraste, por cierto, con todo lo relacionado con las armas. Cuando se refiere a ella lo hace aludiendo a lugares comunes o, lo que es lo mismo, a determinadas constantes válidas en su época en cualquier país de Occidente, que es en lo que justamente radica su valor como fuente o testimonio musical: en primer lugar por el hecho de que cualquier lector de su época, no importa su nacionalidad, podía dar fe de que cuanto ocurre y se interpreta en el Tirante, musicalmente hablando, tenía que ver con la práctica real, hecha salvedad de la acusada tendencia a la exageración que tanto gustaba a Martorell y que tanto debió divertir como sigue divirtiendo. En segundo lugar y por extensión, porque quien se interese por la práctica musical de la segunda mitad del siglo XV hallará en Tirante el Blanco lo más elemental al respecto, aquello que todoel mundo sabía porque formaba parte de la cotidianidad, bien que con cierta tendencia arcaizante que se ajusta bien a su argumento.

Cuanto se describe en el Tirante tiene que ver o con los hechos de armas, guerras y torneos sobre todo, o bien con la vida cortesana. Nadie, por ínfima que sea su condición, queda al margen de los acontecimientos de los que, si no forma parte, sí al menos es testigo ocular. Todo o casi todo gira en torno a las hazañas bélicas de su  protagonista, en cuyo mundo la música cuando no suena con fines militares lo hace básicamente para acompañar el baile en los momentos de ocio.

Si hay algo que quepa destacar de todo lo que a lo largo de la novela tiene que ver con la actividad musical es sin duda el extraordinario papel de la trompeta, al que apenas si aluden las Historias de la música y que en cambio la documentación histórica y la iconografía no cesan de subrayar. La trompeta no como instrumento de los ministriles sino como instrumento heráldico, limitado a la serie básica de armónicos naturales sin que por ello sus toques no fuesen muchos y variados. Todo indica que su aprendizaje debió realizarse por vía auditiva al menos hasta el siglo XVI, que es de cuando datan los primeros ejemplos escritos, algo por lo demás habitual en el aprendizaje del repertorio del Medioevo salvo en el caso de los instrumentos de tecla.

Entre los toques de una trompeta destaca en primer lugar el de "alarma" -"Hazed tocar al arma con demostración que los enemigos vienen", leemos en el Tirante (cap. 164)-, con la consiguiente asociación del instrumento a la guerra, fuese por tierra -"En tanto que Tirante andava en guerra ... dos oras antes del día, hazía sonar las trompetas para ensillar" (cap. 133)- o por mar -"las trompetas de las galeras tocavan a recojer" (cap. 292)-. Tan esencial era su intervención para la correcta coordinación de las tropas que cuando Tirante, desde Sicilia, se dispone a pasar a Constantinopla para acudir en auxilio del emperador griego, se ocupa personalmente de adquirir trompetas en un elevado número -"Tirante no curó de otra cosa sino de hazer adereor armas y ... compró cinco caxas grandes de trompetas" (cap. 116)-, y sin embargo confía a otros el suministro de algo menos esencial como eran los caballos.

Si la trompeta recta fue el instrumento por excelencia del ejército cristiano a lo largo del Medioevo, su equivalente en el de los moros fue el nafir o añafil, de características similares a las de la trompeta de la que visualmente se distingue por su pabellón cónico. El momento previo al choque de las fuerzas cristianas contra las moras lo describe Martorell como una tempestad sonora de trompetas y añafiles acompañando al griterío -"Como las batallas fueron cerca, que se vían los unos a los otros, començaron de sonar reziamente las trompetas y añafiles, y los gritos fueron tan grandes y tantos de ambas las partes que parecía que el cielo y la tierra se deviesen entrar" (cap. 387)-, instrumentos a los que se sumarían en no pocas ocasiones los timbales, en uso entre los moros. En un inevitable cruce de culturas y por lo que dice Martorell, estos tampoco desdeñaban el empleo de trompetas -"Quando comengó a esclarecer el alba, los moros hizieron grandes alegrías sonando atabales, trompetas y añafiles, e con multiplicadas vozes demandavan la batalla" (cap. 24); "Y muy presto [el Soldán] mandó tocar las trompetas y añafiles del real" (cap. 106)-, ni los cristianos el de añafiles y bocinas, un instrumento de origen islámico parecido a la trompeta recta cuya longitud podía alcanzar hasta dos metros, que fue introducido en Europa a raíz de las Cruzadas. Si en una ocasión Tirante había hecho acopio de trompetas, en otra y con idénticos fines les suma añafiles y bocinas, que todo al parecer valía para incitar a la batalla -"E mandó a los patrones que, al tiempo que començasen de herir, hiziessen desparar gran ruydo de trompetas y añafiles y bozinas, de lo qual Tirante avía hecho hazer gran provisión" (cap. 418)-. Un último instrumento a reseñar de los de la familia del metal, usado en la Edad Media con fines heráldicos, es el clarín, trompeta de cortas dimensiones y de sones más agudos que combinada con añafiles y trompetas imprimiría al conjunto un efecto polifónico -"Como el Almirante vio venir a Tirante, hizo tocar las trompetas y añafiles [y clarines] ... y con grandes gritos saludaron al capitán" (cap. 448)-.

Fuera del terreno militar, las tareas del trompeta eran equivalentes a las de un heraldo que cuando la ocasión lo requería asumía las funciones de mensajero. En este sentido es famosa la actividad de Anthoni Tallander alias mosén Borra (+1446), trompeta que estuvo al servicio de la casa real de Aragón por más de treinta años, oficio que le reportó una considerable fortuna, en su caso unido al de bufón. Un trompeta, por lo que se desprende de las nóminas de las casas de la nobleza europea tardomedieval, solía
cobrar bastante más que cualquier otro músico de la plantilla, con el incentivo de que si se le encargaba alguna misión especial y era o se pretendía que fuese realizada con éxito, la recompensa no se hacía esperar. Es un detalle que no escapa a Martorell -"e antes que partiesen embiaron delante un trompeta a demandar salvoconducto. ... Como el trompeta fue dentro en la ciudad, el conde de Salasberi habló con él y ... le dio una ropa de seda y cien doblas. El trompeta se tornó muy contento" (cap. 14)-, quien por cierto en alguna ocasión se sirvió para enviar sus cartas de un trompeta de Alfonso el Magnánimo llamado Joan Caravig.


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