Pièces pour théorbes françaises / José Miguel Moreno



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glossamusic.com
glossa GCD 920106
julio de 1997
San Lorenzo del Escorial, Madrid









ANGÉLIQUE, 16 cordes

Michel de BÉTHUNE. Pièces en Ut Majeur
01 - Préude   [1:35]
02 - Allemande   [4:04]
03 - Courante   [1:35]
04 - Prélude   [1:45]
05 - Gavotte & Double   [1:51]
06 - Sarabande   [4:13]
07 - Menuet   [1:15]
08 - Prélude   [2:14]
09 - Gigue   [1:20]
10 - Sarabande   [3:10]
11 - Chaconette   [5:14]


THÉORBE DE PIÈCES, 14 cordes

12 - Robert de VISÉE. La Plainte. Tombeau des Mesdemoiselles de Visée   [5:15]
13 - Antoine FORQUERAY. La Buisson. Chaconne   [5:41]

Robert de VISÉE. Pièces en Ré Majeur
14 - Prélude   [3:04]
15 - Allemande   [2:57]
16 - Courante   [1:33]
17 - Sarabande   [3:35]
18 - Gavotte   [0:59]
19 - Gigue   [1:45]

20 - Jean-Baptiste LULLY. Chaconne de Galatée   [3:09]

Robert de VISÉE
21 - La Du haut Menil. Sarabande   [4:34]
22 - Chaconne   [3:13]

23 - Marin MARAIS. La Reveuse   [4:38]




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JOSÉ MIGUEL MORENO
Angélique · José Miguel Moreno, San Lorenzo de El Escorial, 1997
Théorbe de pièces (en Ré) · Lourdes Uncilla & José Miguel Moreno, San Lorenzo de El Escorial, 1997

Grabación realizada en la Cripta de la Antigua Hospedería de San Lorenzo de El Escorial,
en julio de 1997

Toma de sonido y dirección artística: JOSÉ MIGUEL MORENO
Edición digital: CARLOS CESTER






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I

Cuesta a veces entender cómo tantas cosas lúcidas y refinadas hasta el obcecamiento, no trascienden apenas, son tan sólo flor de un día, y su huella, si es que la dejan, es tan tenue que apenas solo unos pocos especialistas o elegidos la pueden rastrear. Así cuesta, por ejemplo, entender el desdén, aún conociéndola, de los pueblos prehispánicos americanos, por la rueda, culturas infinitamente más cultas y refinadas que las de los patanes europeos contemporáneos suyos que sin superar apenas el umbral de la edad de los metales en el medioevo, sin embargo, ya la utilizan desde tiempos inmemoriales. Como cuesta entender cómo instrumentos de la rara perfección de la lira de arco, el claviórgano o, en el caso concreto que nos ocupa, la angélica, apenas despertaran entonces con sus inquietantes bellezas tímbricas y formales y sus atinadas y estudiadas proporciones, sino muy locales entusiasmos, apenas reflejados en unas pocas noticias teóricas y escasas obras a ellos consagradas, para caer enseguida en olvidos y malentendidos.

Aunque quizás no costaría tanto entenderlo en el caso de algunos instrumentos musicales: ¿no es el olvido sino la negación de la evidencia? ¿No es la fugacidad un castigo a la complejidad y ésta un abuso de la virtud de enmascarar la simplicidad? La angélica (poéticamente adornado su nombre por la duda de ser una invención de la francesa Angélique Paulet, o por la referencia a su angelical timbre: "Engelsgitarre" - guitarra de ángeles la dicen en alemán), bella nueva teorba, exquisita y repensada, apenas resiste con vigor unos pocos decenios y un muy limitado manejo para diluirse en el más melancólico de los olvidos. Instrumento complicado (iqué absurda idea la de considerarlo fácil y adecuado para damas, sólo porque liberaba a la mano izquierda para ocupar la derecha!), la angélica es un experimento llevado hasta sus últimas consecuencias que, para su desgracia, no atina con el gusto de su momento: su exquisita labor de construcción, complicada y refinada, se queda en nada por la triste inmediatez de los resultados frente a un gusto consolidado y una rutina acomodaticia. Igual que la lira de arco un siglo antes: ¿a quién se le ocurre, por muy rara que sea su perfección, construir un instrumento muy difícil de tañer que, a pesar de todo, sólo sirve para acompañar y, además, a contrapelo, esto es, invirtiendo la lógica del fundamento, el bajo, a las regiones más agudas? El gusto humano es práctico y sencillo en el fondo, y no tolera las complejidades que lo puedan desbordar en su acomodaticia lógica de la molicie: ¿para qué un claviórgano si ya tenemos clave y órgano? ¿por qué la angelical angélica, teorba con vocación de arpa, si ya tenernos una y otra, cada una por su lado?

Nuestra época, museística y ordenada como ninguna otra, con todos sus defectos, sectarismos y lugares comunes, sin embargo posee el atino y la virtud de querer rescatar lo que antaño se olvidaba y desdeñaba con la mayor de las impunidades y complacencia de todos: iqué dilema tanto para el investigador como para el gran público actuales, cuando restaurando el más bello retablo posible, encontramos detrás el más excelso juego románico de capiteles y relieves, bárbaramente mutilado en su día por el insensible genio barroco para encastrar su obra sin importarle un ardite su gesto! ¿Qué se ha de respetar ahora? ¿Reconstruir el retablo tal y como estaba? ¿Restituir, a costa de lo barroco, lo que éste había usurpado al románico? En música, arte como el que más del tiempo que todo lo cura, y que vive ese tiempo como fragmentos de eternidad, sin embargo es menos doloroso restañar el olvido: basta reconstruir el instrumento en su pureza original, rescatar su repertorio con rigor musicológico y, lo más importante, recuperar, ahora con el vehículo ideal, el espíritu de esa música, para que el mal del olvido o el desatino queden paliados.

Muy certeramente afirma Octavio Paz (Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe) que la obra (literaria pero también artística), sobrevive a sus lectores (ejecutantes/públicos), y, al cabo de los años, cien, dos, trescientos, su lectura (interpretación/audición) por generaciones con diferentes esquemas de comprensión, hace que esa misma obra traspase su propia historia para insertarse en otra nueva. Afortunadamente estas generaciones, la nuestra, en su a veces farisaica visión del pasado llena de interrogantes y frecuentemente aturdida por la duda sobre su valor real, con sus lecturas cuidadosas y respetuosas nos devuelve finalmente (algún mérito habíamos de tener!) lo que injustamente entonces fuera obviado, olvidado y despreciado, porque, como dijo una vez un sabio árabe, lo bueno no es vivir, sino, viviéndolo (o reviviéndolo), poder contar lo que se ha vivido.

EMILIO MORENO
Mave, julio 1997



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II

Desde hace aproximadamente un siglo y medio, y por una serie de razones cuya enumeración sería muy larga, los aficionados a la música han ido tomando cada vez más conciencia del pasado musical. A partir del "reestreno" de la Pasión según San Mateo, de Bach, realizado por Félix Mendelssohn en 1829, el interés por la música de edades pasadas fue en constante aumento, y gracias a ese interés nació la Musicología, disciplina que pretende estudiar en profundidad la música bajo un punto de vista histórico y analítico.

Otro paso importante en el estudio de las obras musicales antiguas fue el dado por Wanda Landowska y por Arnold Dolmetsch. A partir de estos pioneros, el interés por la música antigua no se circunscribió solamente a la música misma, sino también a las prácticas interpretativas contemporáneas de esa música. Nace así, a principios de nuestro siglo, todo un movimiento artístico que se mostraría fecundo en resultados prácticos y en el que colaborarían intérpretes, musicólogos, historiadores del arte, constructores de instrumentos, y críticos.

Una de las más interesantes actividades dentro de esta resurrección de las prácticas interpretativas de tiempos pasados fue, sin lugar a dudas, el estudio de los instrumentos antiguos, tanto bajo el punto de vista de su factura material, como bajo el de su mecánica digital. Por supuesto, los primeros instrumentos que volvieron a salir a la luz fueron los que gozaron de más popularidad en sus épocas doradas: el clave, entre los de tecla; la flauta de pico, entre los de viento; y el laúd, entre los de cuerda pulsada. A partir de la recuperación de estos ilustres antepasados, otros menos conocidos, pero no menos ilustres, han ido reapareciendo en nuestro siglo. Entre los de cuerda pulsada, hay que mencionar a la vihuela, a la guitarra barroca, a la guitarra renacentista y a la teorba, instrumentos que hoy en día se pueden escuchar y ver con cierta frecuencia en los conciertos de músicas antiguas.

Pero aún hay muchos otros instrumentos de cuerda pulsada que esperan, como Lázaro, una voz que los devuelva a la vida. Entre estos instrumentos, uno de los más enigmáticos es la angélica.

Muy poca información se conserva sobre este instrumento. Además, la poca información disponible suele ser un tanto confusa, lo que se debe probablemente a dos circunstancias: por una parte, la similitud externa de la angélica con otro instrumento contemporáneo suyo, la teorba francesa para tañer a solo; por otra, la corta vida de la angélica y su más bien escaso repertorio.

Indudablemente, la angélica puede catalogarse dentro de la familia de las teorbas. La principal característica externa de esta familia es el hecho de tener dos clavijeros; en uno de ellos se atan las cuerdas que van sobre el mástil y son susceptibles, por lo tanto, de ser acortadas por la mano izquierda; en el otro, se anudan las cuerdas que van fuera del mástil y sólo pueden tañerse al aire. Sin embargo, lo que distingue a la angélica entre sus instrumentos parientes es sobre todo la afinación. Tanto en los laúdes como en las teorbas el principio fundamental de afinación de las cuerdas que van sobre el mástil es la mezcla del intervalo de cuarta justa con el de tercera. Así, en los laúdes renacentistas y en la teorba predomina el intervalo de cuarta, mientras que en el laúd barroco de trece órdenes es el intervalo de tercera el que más aparece. La angélica, que solía tener dieciséis o diecisiete cuerdas simples -diez sobre el mástil y seis o siete fuera de él-, se afina de una manera muy singular: por segundas diatónicas. El erudito James Talbot, a quien tanto debe la moderna organología, nos describe allá por 1695 la afinación de la angélica. Según Talbot, la cuerda más aguda produciría un mi de la primera línea en clave de sol; la segunda cuerda, un re; la tercera, un do, y así sucesiva y diatónicamente, hasta llegar a la cuerda grave, que produciría un re por debajo de la primera línea adicional grave de la clave de fa, en los instrumentos de dieciséis cuerdas, y un do en los de diecisiete.

Es muy sorprendente e insólita esta afinación en un instrumento de cuerda pulsada; de hecho, casi podría hablarse de una mezcla de arpa diatónica y laúd. Como podrá comprobar el oyente, a causa de esta manera de afinar se produce, en el toque de la angélica, una articulación sumamente ligada, similar a la del arpa. Por esta razón, la angélica ocupa un lugar muy singular dentro del grupo de instrumentos de cuerda pulsada y mástil; sin embargo, tiene en común con ellos la acción de la mano izquierda, y, con respecto a la teorba francesa pequeña para tañer a solo, la absoluta identidad de tesitura: ambos instrumentos llegan en sus cuerdas más graves a un do de dos líneas adicionales por debajo de la clave de fa, y en las más agudas, a un mi de la primera línea de clave de sol.

La angélica floreció en la segunda mitad del siglo XVII y la primera del XVIII, aunque Praetorius menciona en 1612 un instrumento de cuerda pulsada y mástil, afinado también a distancia de segundas diatónicas. Al igual que otros instrumentos contemporáneos suyos, la angélica fue un instrumento menos popular que el laúd y la guitarra, y desapareció de la escena en poco tiempo, dejándonos algún repertorio. Este repertorio está contenido, entre otras fuentes, en el Manuscrito Béthune, llamado así por el nombre de su compilador. En este manuscrito de noventa folios, conservado en la Biblioteca Nacional de París, figuran las piezas de angélica que aparecen en el presente disco. Es casi seguro que el Béthune que da nombre al manuscrito haya sido Michel de Béthune, virtuoso y profesor de angélica, nacido en 1607 y residente en París en 1642, aunque también podría haber sido otro miembro de su familia; en efecto, se sabe que varios músicos de apellido Béthune estuvieron activos en Suecia, a mediados del siglo XVII.

Lo más probable es que la angélica naciera y comenzara a desarrollarse en París. Al menos, todos los nombres relacionados con ella, a mediados del siglo XVII, son de músicos activos en esa ciudad: Jérôme Vignon y su hijo Nicolas-François, profesores de angélica; Guillaume Jacquesson, intérprete y constructor de angélicas, y, por supuesto, los Béthune. Sin embargo, el Manuscrito Béthune está relacionado con ambientes musicales alsacianos, según ha demostrado François Lesure. Desde París, el instrumento tuvo una difusión no muy amplia, aunque es conocido por James Talbot, quien se basaba para sus descripciones en datos proporcionados por instrumentistas y constructores londinenses.

El mismo Talbot nos da una de las claves estéticas de la angélica: escribe que es un instrumento apto sobre todo para música grave y lenta, más que para brillantes agilidades, a causa de la gran resonancia de sus cuerdas. En este aspecto, se trata de un instrumento muy del gusto francés de aquellos años: es bien sabido que una de las características más señaladas de la música francesa escrita para instrumentos de cuerda pulsada es una cierta noble y serena gravedad, muy alabada por músicos y escritores de la época.

Tradicionalmente, la angélica ha sido considerada un instrumento propio de aficionados. En realidad, esto no es del todo cierto. Aunque parece haber florecido fuera de los ambientes profesionales, la técnica necesaria para tañerla, sobre todo la de la mano derecha, dista mucho de ser sencilla. Quizá por esa razón su vida fue corta.

···


La teorba pequeña para tañer a solo (théorbe de pièces) tiene una tesitura idéntica a la de la angélica, como queda dicho arriba. Se trata de un instrumento muy en boga entre algunos compositores barrocos franceses, el cual se afinaba una cuarta justa por encima de la teorba grave, más comúnmente usada para acompañar.

En esta grabación figuran, aparte de obras de Robert de Visée -el gran maestro de la teorba-, algunas versiones de músicos barrocos franceses. Práctica común en la música barroca francesa era la transcripción: casi todos los grandes compositores transcribieron piezas originales de otros instrumentos, contribuyendo así a desarrollar el entonces recién nacido estilo instrumental puro. Mucho puede aprender el músico sensible con el estudio de otros instrumentos distintos del suyo, y en el arte, como en todas las cosas humanas, es la inquietud y la curiosidad ante lo diferente aquello que más nos enriquece. Por esa razón, el Barroco francés se alza como una de las cumbres de la música instrumental.

GERARDO ARRIAGA
Madrid, julio 1997



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III


Junto a los "grandes" y más conocidos instrumentos antiguos de cuerda pulsada, como son los laúdes, teorbas, archilaúdes y guitarras, existieron otros instrumentos que hoy están mudos, Podemos citar los cistros, archicistros, mandoras, pandoras, orfariones, ceterones, salterios y tantos otros que quizás merecieran un poco más de atención. A menudo considerados como instrumentos menores, basta con una palabra o una cita repetida de diccionario de historia de la música para condenarlos a silencioso sueño en el mausoleo de los instrumentos olvidados. Sobre la angélica, con decir: «instrumento para aficionados o teorba simplificada», ya es bastante, Sin embargo, me gustaría ver qué aficionado de base podrá tocar fácilmente las dieciséis o diecisiete cuerdas de la angélica, sirviéndose al mismo tiempo, poco pero con arte, de su mano izquierda para producir, en definitiva, la tan bella música del siglo XVII francés.

Necesitamos músicos curiosos de saber cómo sonaban esos instrumentos olvidados, pero ello supone mucho esfuerzo: el esfuerzo de estudiar esa música, el esfuerzo de procurarse el instrumento adecuado, y el esfuerzo de hacerlo sonar desarrollando al mismo tiempo una técnica nueva. Los instrumentistas hicieron esos esfuerzos por el laúd, la teorba o la guitarra, pero aún hay muchas cosas por descubrir.

En un trabajo anterior, José Miguel Moreno nos ofrecía un disco completo de música para la teorba de piezas, la teorba en Re, más pequeña que la gran teorba en La, que se tocaba principalmente en Francia0, Sobre este tema quisiera animar a los estudiosos a procurarse la excelente publicación1 en la que Joël Dugot escribe un interesante trabajo sobre la iconografía de la teorba en Francia entre 1650 y 1700, Ahora, nuevamente Moreno abre caminos con este trabajo que empareja la teorba francesa y la angélica.

Sobre el origen del término "angélica", que aparece a mediados del XVII, no tenemos certeza alguna. Una de las hipótesis es que el instrumento se llamara así en honor a la cantante, laudista y teorbista Angélique Poulet, admirada por Luis XIII y su corte desde 1608, fecha en la que actuó por vez primera. Apodada "La Leona" por su cabello rojo2, recibió los honores de Robert Ballard, que llamó "Angéliques" a una serie de sus Courantes3. Admirada durante toda la primera mitad del siglo XVII, quizás inspiró al inventor de la angélica. La otra hipótesis es que la riqueza de los armónicos y la especial resonancia de las cuerdas haría pensar en las armonías celestiales, en el canto de los ángeles.

En cuanto al origen del instrumento en sí, sabemos que Praetorius4 describe en 1619 un instrumento que se podía tocar como un arpa y que tenía 23 cuerdas, pero su morfología es más cercana a las pandoras y los orfariones que a los laúdes y teorbas.

Mersenne5 evoca en 1636 la posibilidad de afinar un laúd por tonos: «Pero si no quieres molestarte en tocar el mástil y servirte de la mano izquierda, se puede afinar el laúd tono a tono, como el arpa o la espineta. Ello se podría hacer dotándolo de 15 cuerdas, de las cuales las doce más gruesas se tocarían únicamente de vacío y las 3 más finas, a saber, la prima, la segunda y la tercera se tocarían tanto de vacío como sobre el mástil, lo que aportaría nuevas posibilidades al laúd, dado que la armonía de las cuerdas al aire es más grande y dura más tiempo.»

El manuscrito Talbot6 da para la angélica un tiro de 660 mm y una longitud total de 1181 mm; el instrumento tiene 10 cuerdas en el juego pequeño y 6 en el grande. Sauveur7, citado más tarde por los enciclopedistas, la describe con 17 cuerdas, 10 en el juego pequeño y 7 en el grande. La angélica conservada en París8 tiene 16 cuerdas, 10 en el juego pequeño, con un tiro de 690 mm, y 6 en el grande, con un tiro de 1150 mm. La angélica conservada en Yale9 es un poco más grande, 740 y 1270 mm, pero la disposición de las cuerdas es idéntica. La similitud de los dobles clavijeros, ambos de estilo francés, permite suponer un origen común10.

Buena parte de lo que expusimos sobre la teorba de piezas11 puede aplicarse a la angélica; hay que insistir sobre el parentesco organológico que existe entre ambos instrumentos: cercanía en el tiempo, tamaño y factura similares, casi idénticos. Aún diferenciándose en el número de cuerdas y en la afinación, tienen sin embargo el mismo rango:

Teorba en Re: C-D-E-F-G-A-B-c-d-g-c'-e'-a-d'
Angélica: C-D-E-F-G-A-B-c-d-e-f-g-a-b-c'-d'-e'

Si comparamos la descripción de las cuerdas de los dos instrumentos, observamos que la angélica tiene tres más, afinadas en mi-fa-si. La angélica tenía a menudo 16 cuerdas; la última podía estar afinada en Re o en Do, probablemente en función de la tonalidad de la pieza que se estaba ejecutando.

Es probable que los constructores utilizasen los mismos moldes, las mismas esencias de madera y las mismas proporciones para construir teorbas y angélicas. Es bien conocido el uso de cajas de laúdes preexistentes para hacer teorbas. En cuanto a las angélicas, citemos el inventario del taller del luthier Jean Desmoulins12, donde encontramos junto a 249 laúdes y 14 teorbas, «una angélica con su estuche de madera ennegrecida» y «un laúd transformado en angélica, con tres otros con sus estuches.» El lazo entre los instrumentos ya existentes y la angélica, su carácter de avatar, es reforzado por el ejemplo de dos angélicas del célebre luthier Joachim Tielke, bien conocido por sus guitarras, violas y laúdes; conservamos dos angélicas de Tielke hechas en Hamburgo en 170413; las dos conservan la morfología y las dimensiones de los laúdes teorbados de trece órdenes, también llamados teorbas alemanas, usadas en los países germánicos durante este período. Sus características son: tiro: 10 x 1 = 700 mm, 6 x 1 = 1040 mm y 10 x 1 = 716 mm, 6 x 1 = 1056 mm. Todo nos lleva a pensar que transformaron los laúdes en angélicas como hicieran antes los luthiers franceses.

La atracción de los franceses por nuestro instrumento atravesó el Rin: «De los pequeños a los grandes cultivan el laúd y sus variantes.» Samuel Chapuzeau cuenta que, en 1671, Sophie-Louise, hija del duque de Württemberg, tocaba maravillosamente el laúd, y que el sajón G. Basch enseñaba la angélica al margrave de Anspach...14

Sin embargo, puede notarse que la angélica es menos utilizada que la teorba, y sobre todo que el laúd, que gozaba de increíble prestigio en esa época: «Él (el laúd) es apreciado en Francia como el más noble de todos, ya sea en razón de la suavidad de sus cantos, el número y la armonía de sus cuerdas, su rango, su afinación, y la dificultad que hay en tocarlo con tanta perfección como los señores l'Enclos, Gautier, Blanc-Rocher, Merville, le Vignon y alguno más que viven hoy en día.»15

Tomemos al último de los laudistas citados, le Vignon, o más bien, los Vignon, pues eran dos, Jerôme, el padre, y Nicolas-François, el hijo, ambos al servicio de la duquesa de Lorrena en 1653. François Lesure publica en el Galpin Society Journal de 1953 dos contratos fechados el 31 de diciembre de 165316, donde los dos músicos se asocian para enseñar la angélica sin interrupción durante seis años. Después de este tiempo, los Vignon contratan al músico Henry Boileau para enseñar la angélica durante el mismo tiempo a los alumnos que quieran aprender; este último se compromete a pagar la mitad de todos los beneficios a cambio de los cursos de angélica que los Vignon le impartirán durante esos seis años. Detalle picaresco: «Los Vignon no podrán visitar a los alumnos de Boileau, ni éste a los de los Vignon.» Aún más interesante es la aparición de un cuarto personaje: «Está presente Guillaume Jacquesson, maestro constructor de instrumentos de música en París, domiciliado en la calle y parroquia Saint-Médéric, el cual ha prometido a los Vignon y a Boileau procurarles y entregarles angélicas debidamente construidas,.. durante los seis años dichos, sin que durante todo ese tiempo Jacquesson pueda vender a otros maestros que enseñen o hayan enseñado la angélica, ni a los estudiantes sin haber prevenido antes a los Vignon, sin fraude... o podrán los susodichos Vignon y Boileau comprar a constructores diferentes a Jacquesson durante el tiempo decidido, sobre todo ya que es él el autor de la manera de dicho instrumento...»

Aparte del plan para monopolizar la enseñanza de la angélica en París, estos contratos nos hablan indirectamente de la afición que provocó el instrumento en sus comienzos. Nos dan también una información muy importante sobre el inventor de la angélica. La última frase permite pensar que Guillaume Jacquesson, laudista, teorbista y constructor de instrumentos, puso a punto la angélica; aunque, como ya vimos, la idea germinaba desde hacía unos decenios. No tenemos otros datos para confirmar o negar esta hipótesis, pero es plausible.

A la espera de nuevos descubrimientos que aclararán, sin duda, la historia de la teorba francesa y de la angélica, no perdamos el placer de redescubrir, para muchos de nosotros por primera vez, los sones de la angélica de manos de José Miguel Moreno.

CARLOS GONZALEZ
París, julio 1997



(0) Robert de Visée: Pièces de théorbe. José Miguel Moreno. Glossa GCD 920104
(1) Musique. Images. Instruments. N° 2 1996. Joël Dugot, "Approche iconographique du théorbe en France, 1650-1700", pages 177-184. Ed. Klincksieck, 8 rue de la Sorbonne, 75005 Paris
(2) Dictionnaire de la Musique en France aux XVII et XVIII siécles: «PAULET, Angelique: Cantantrice, luthiste et théorbiste, très admirée pour son art et sa beauté à Paris entre 1620 et 1640. Appelée "La Lionne" par sa chevelure rousse.» Ed. Fayard, Paris 1992, page 542
(3) Corpus des Luthistes Français. Introduction Historique par Monique Rollin. CEuvres de Robert Ballard 1611, page XV: «A propos des angéliques, qui sont des Courantes, tout porte à croire qu'elles plaisaient à la prestigieuse Angélique Paulet, que Louis XIII admira lorsqu'elle fit ses débuts à la cour en 1609. Elle avait alors 18 ans, beaucoup de vivacité, estoit jolie, avoit le teint admirable, la taille fine, dansoit bien, jouoit du luth et chantoit mieux que personne de son temps...
(4) M. Praetorius: Syntagma Musicum, ii-iii, Wolfenbüttel 1618 2/ 1619/ R 1958 et 1980
(5) Mersenne. Harmonie Universelle. Paris 1636. Traité des Instruments à chordes. Livre Premier, page 88
(6) Sauveur. Principes d'Acoustique, Paris 1 700-1 701
(7) James Talbot's Manuscript: IV Plucked strings. Michael Prynne, G.S.J., Vol XIV, 1961
(8) Musée de la Musique, Paris (E 980.2.317)
(9) New Haven, collection de l'Université de Yale, N° 4563-60
(10) Jöel Dugot, op. cit., page 183
(11) Carlos González, notes pour le disque: R. de Visée: Pièces de théorbe. José Miguel Moreno. Glossa GOD 920104
(12) Catherine Massip, Instrumentistes et Luthiers Parisiens, XVIle-XIXe siècles. Page 28, Paris 1988
(13) Schwerin, Mecklenburgische Landesbibliothek
(14) Lionel de la Laurencie, Les Luthistes, page 83, Ed. Jacques Lanore, Paris 1928
(15) Mersenne, op. cit. page 92
(16) François Lesure, The Angelique in 1653. G.S.J. 1953





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