Poder á Santa María / Sinfonye - notas
Andalucía en las Cantigas de Santa María







THE MUSIC AND PERFORMANCE OF THE CANTIGAS


The melodies of Alfonso's Cantigas tend to be more predictable and forward moving in comparison to the cansos of the Troubadours. They are more reminiscent of the provençal dansas with easily memorable, short-ranging phrases which suggest strong metrical feels even short though the rhythm is often ambiguously notated in the Cantigas manuscripts. The musical form of the Cantigas is remarkably consistent, usually with the second half of the stanza sharing the same melody as the refrain, as in the French virelai. In contrast to this lengthy miracle songs there [are] also a handful of more concise Cantigas in rondeau form. With their internal and final refrain lines these Cantigas resemble French caroles, or dance-songs which are documented as being performed with alternating solo and chorus singing and we have adopted this manner of performance in our sequence of Cantigas beginning [with] Santa Maria, valed, ai sennor.

The musical notation of monophonic repertories communicates only the melody for the opening stanza and refrain and no other musical indications so the modern-day performer must be guided by informed speculations and, inevitably, by more subjective personal taste. The longer miracle songs follow the needs of the solo singer and include instrumental improvisations to break up the long successions of stanzas. We also performs the refrains communally so that the soloist can paused if desired -and this alternation of vocal textures further heightens the Cantiga's structure with the soloist holding the main attention when communicating the narrative and the repeating refrains being moments of release- both for the performers and their audience. The incessant repetition of the refrains also suggested the need to embellish the melody by improvising simple organum based harmonisations, and in the case of O que mui tarde ou nunca the melody invited canonic embellishment.

The melodies of some Cantigas share many of the same internal patterns and phrase structures and this common material suggested ways of linking particular Cantigas to one another and also ways of improvising accompaniments. The extended Cantiga Sempr'a Virgen Groriosa is framed with and instrumental realisation of Os que a Santa Maria -their melodies are so similar that their various phrases are readily interchangeable and provide satisfying variations to one anorher. The stanzas of Ben guarda and A Virgen mui groriosa also have a similar melodic outline which led us to interpret the latter melody as an instrumental postlude.

As one of the richest artistic centres of medieval Europe, Alfonso's Court in Seville was renowned for its patronage of musicians from both the Arab and Christian cultures. The most complete Escorial manuscript (j.b.2) includes forty-one miniatures showing Christian, Jewish and Moorish minstrels playing a plethora of wind, string, keyboard and percussion instruments. The second Escorial manuscript has a very different layout, with each Cantiga being illustrated in full and its musical scenes seem to relate to contemporary performance practice in contrast to j.b.2 which seems more of a pictorial catalogue of diverse instruments. In the first Cantiga of T.I.1., Alfonso explains his reasons for the collections and the accompaying illuminations shows him framed by scribes, singers and a waisted guitar (vihuela de péñola). The illustration to Cantiga 120, shows three figures linked in a circle dance behind Alfonso and his musicians which again supports its interpretation as a dance song.

Our instruments are a mixture of modern reconstructions and traditional instruments which still resemble 13th century models. The medieval fiddle and sinfonye are based upon 13th and 14th century instruments. In the case of the oud (medieval lute) which was considered the king of Arabic instruments, the most conservative models extant today strongly resemble medieval depictions and it seems more appropriate to use this traditional design rather than a reconstruction. This is also the case with percussion instruments such as the round frame drum which is depicted alongside a waisted fiddle in illustrations from a second Galician-Portuguese collection, the Cancionero de Ajuda. Square drums are likewise depicted in a number of thirteenth century Spanish carvings such as those in Burgos Cathedral and both desings can still be found today in Spain and Portugal, as well and in Arabic music.

Our string instruments are strung entirely in gut or silk and adopt medieval tunings which indicate courses (double strings) on the fiddle as well as the lute.

Steve Wishart








LAS CANTIGAS DE SANTA MARÍA

La Real Academia Española publicó en 1922 tres lujosos volúmenes dedicados a las Cantigas de Santa María. El arabista y académico Julián Ribera fue el encargado de estudiar la música. El autor de este estudio exponía -son sus palabras- "un nuevo método, crítico e histórico, para interpretar la (hasta el presente) misteriosa notación musical de los manuscritos del siglo XIII que contienen música profana".

El establecimiento del ritmo exacto con que debe interpretarse la música de las cantigas, y, más aún, la de los trovadores, sigue siendo, todavía hoy, un problema sin resolver. En efecto, la notación musical de los códices que nos transmiten las canciones trovadorescas (ya sean occitanas, ya francesas) no tienen indicios que nos lleven a determinar el ritmo. Tampoco es indiscutible la interpretación de las notas que nos transmiten las Cantigas de Santa María. Mas los hermosos códices alfonsíes poseen al menos una grafía musical con indicaciones rítmicas.

Julián Ribera intentó dar una explicación coherente de toda la música monódica con texto métrico, no sólo en lo que se refiere al ritmo sino también a la melodía. La fijación de la melodía exacta no planteaba problema alguno, puesto que los códices la dejaban bien notada en la pautada. Sin embargo, el gran arabista buscaba complicaciones donde no las había, y encontraba sabias respuestas a cada uno de los problemas que creía ver, aplicando los parámetros de la tonalidad moderna, con sus escalas mayor y menor. Por lo que respecta al ritmo, el ilustre académico señalaba que, al no estar fijado en los neumas de manera fehaciente, sino tan sólo por unos indicios, había que buscar en la tradición oral aquellos esquemas que han permanecido invariables desde la Edad Media. Sin duda, la corte alfonsí había estado inmersa en un ambiente musical árabe. Por tanto, si en la interpretación de las cantigas (y no sólo de las cantigas, sino de las canciones trovadorescas en general) se aplicaban los parámetros que usan modernamente los árabes del Magreb o del Oriente Próximo, que son perfectamente aislables, podríamos interpretar aquellos cantos con una autenticidad insospechada.

Veintiún años más tarde, en 1943, Higinio Anglés publicó el segundo de los volúmenes, primero en aparecer, de su monumental obra sobre La Música de las Cantigas de Santa María. Anglés atacaba despiadadamente, ya en este volumen, las teorías del arabista Julián Ribera, aduciendo ignorancia en paleografía musical. En los tomos siguientes caería casi obsesivamente sobre ellas. A Higinio Anglés le asistía la razón cuando las criticaba y afirmaba que no se
ajustaban a los principios de la paleografía musical moderna. El presbítero catalán no podía aceptar la arbitrariedad con que el académico de la Lengua atribuía a las Cantigas de Santa Maria y a las canciones trovadorescas las tonalidades modernas, y unos ritmos tomados de una tradición muy alejada de la cultura occidental. Con una no disimulada complacencia y alguna exageración, Anglés se atribuía, por el contrario, el mérito de haber descubierto en los códices alfonsíes, conservados en el Escorial el "secreto de la notación mensural española". En efecto, la notación de estos códices manifiesta con bastante exactitud la duración de las notas y la proporción de los sonidos entre sí para formar determinados grupos rítmicos relativamente variados, no siempre reductibles a los modos explicados por los tratadistas según la métrica clásica.

Limitando su investigación a la mera perspectiva paleográfica, el erudito musicólogo catalán no supo penetrar más hondamente en las premisas de Ribera que eran válidas. El método usado por el insigne arabista para llevar a efecto las trascripciones tanto en el plano melódico como en el rítmico, aun partiendo de principios sólidos, estaba viciado en el desarrollo. Pero al menos tenía la virtud de introducir elementos muy útiles para el mejor entendimiento de la música monódica medieval con texto métrico: el reconocimiento de la insuficiencia de la notación para significar la riqueza musical así de las Cantigas de Santa María como de las canciones trovadorescas, y el necesario recurso a otras fuentes, señaladamente árabes e hispánicas, de la tradición actual, para descubrir la ornamentación y el desarrollo rítmico con que dichas canciones debían ser interpretadas. Antes de que se copiasen los códices del Escorial, los intérpretes poseían dos facultades esenciales que posibilitaban el canto: por una parte la memoria, y por otra el conocimiento de determinados arquetipos rítmicos aplicados con destreza según la naturaleza métrica, accentual o durativa de los poemas. El planteamiento básico de Julián Ribera era, desde esta perspectiva, correcto, si bien viciado en su desarrollo.

La discusión, nunca zanjada, sobre la interpretación rítmica de las canciones monódicas con texto medido de la Edad Media, no debe llevar al olvido de los demás elementos musicales, extraordinariamente relevantes.

Las Cantigas de Santa María forman un repertorio musical de primer orden: un repertorio singular que se inscribe de manera pertinente dentro del movimiento trovadoresco. Por razones históricas de sobra conocidas, la lírica musical en lengua romance, que al otro lado de los Pirineos se ejercitaba en lengua de oc y en lengua de oil, o francesa, se manifestó tardíamente en España en lengua galaicoportuguesa. Son unas dos mil cuatrocientas cantigas las que integran hoy el corpus de esta lírica hispana. Sin embargo, aun cuando todas ellas fueron compuestas para ser cantadas, no todas han llegado hasta hoy con música. De la lírica en lengua castellana no solamente no nos ha llegado ni una sola nota escrita, pero ni siquiera los textos. Esta lamentable ausencia no implica, en absoluto, que no se cantara en castellano, sino que la naturaleza de estas canciones y el ámbito donde se ejercía su práctica (por cierto desde época muy anterior a la aparición del movimiento trovadoresco, como manifiesta, entre otros, el testimonio de las jarchas) hacía innecesaria su puesta por escrito.

Las Cantigas de Santa María (son unas cuatrocientas veintiséis las conservadas con música en los preciosos códices alfonsíes, frente a las seis únicas del trovador Martín Codax, y unos pequeños fragmentos del Rey Don Denís, recientemente descubiertos en Portugal) fueron compuestas por el Rey Alfonso X el Sabio en loor a Santa María, de quien, ya en época madura, se sentía trovador, trasladando a lo divino el amor cortés que todo trovador alentaba hacia una dama terrenal.

Frente al repertorio occitano integrado por algo más de trescientas canciones con música, y frente al conjunto de unas mil setecientas canciones troveras o francesas, el corpus de las Cantigas de Santa María presenta algunas singularidades dignas de señalar. Por una parte, las Cantigas de Santa María se nos han transmitido en los manuscritos originales mandados a componer por el propio trovador, mientras las canciones trovadorescas y troveras nos han llegado en cancioneros "editados" mucho después que los trovadores hubieran compuesto las canciones, y después de haber sufrido, quizás, una tradición oral turbulenta o sucesivas y accidentadas redacciones. Las canciones trovadorescas y troveras adolecen, en efecto, de una cierta precariedad "textual" que se refleja tanto en la fragilidad de la línea musical (en el caso de las canciones occitanas) como en la inestabilidad de la propia melodía recogida en cada cancionero con infinitas y a veces sustanciales variantes (en el caso de las canciones troveras). Por otra parte, el corpus alfonsí se nos presenta como un repertorio cuidado, en cierto modo uniforme (casi todas las piezas son de tipo responsorial), en el que cada una de las canciones ha sido elaborada con una depurada técnica compositiva, bien cuando ellas han sido tomadas de una vieja tradición o cuando han sido compuestas exprofeso por algunos de los músicos de la corte, como Ayras Nunes, o incluso por el propio Rey Sabio.

Por todas estas razones que acabamos de apuntar, las Cantigas de Santa María se sitúan en la cumbre de la creación musical, no sólo del medioevo, sino de todos los tiempos.




Nr. 257. Ben Guarda Santa María.
Compuesta en ritmo yámbico, esta cantiga es modélica por su sencillez. Su substancia musical es tan simple que toda ella se reduce a dos frases melódicas enunciadas en su estribillo de dos versos y repetidas en su estrofa de cuatro versos, todos ellos alejandrinos. La mudanza, que comprende los dos primeros versos de 1a estrofa, repite la segunda frase musical del estribillo, en tanto la vuelta reproduce íntegramente las dos del estribillo. Esta sencillez musical, que también queda puesta de manifiesto por su ámbito de sexta, parece obedecer a la propia naturaleza del milagro de las reliquias del que el propio Rey fue testigo directo.

Nr. 257. Santa María, valed', ay Sennor.

Cantiga compuesta en ritmo dactílico. Dos frases musicales importantes para los versos decasílabos, y una coda para el tetrasílabo del final del estribillo, es toda su materia musical. La estrofa, compuesta de seis versos decasílabos, comprende una mudanza de tres que repiten la primera frase del estribillo, y una vuelta de otros tres versos que reproducen íntegramente la música del mismo. Por tratarse de una oración del monarca para que Santa María le libre de una grave enfermedad, la canción comienza en la nota más aguda como si se lanzase un grito de socorro. Este se atenúa progresivamente para cantar con infinita ternura y desolación, en 1a zona más grave del ámbito de quinta, la coda: "que mal le vai".

Nr. 250. Por nos Virgen Madre.
Cantiga de loor con neumas de cierta longitud que adornan las sílabas de los versos. La forma poético musical recuerda el tipo de cantiga de amigo. Por eso debe considerarse como una cantiga singular entre las de Santa María. El estribillo no encabeza la cantiga sino que se establece como la repetición, leixapren, de los dos últimos versos de la primera estrofa. Musicalmente está compuesto de tres frases, y son las dos últimas las que se repiten al final de la estrofa de cinco versos. Los adornos melódicos prestan a la canción un innegable lirismo, afirmado por su ambigüedad modal.

Nr 120. Quantos me creveren loaran.

Cantiga de loor con forma de rondó pues intercala el primer verso del estribillo dentro de la estrofa. El estribillo consta de dos versos anisométricos con sendas frases musicales diversas. La primera es la que se repite en todos los versos de la estrofa, menos en el último, el cual reproduce, con función de vuelta, la frase segunda del estribillo. La forma rondó es realmente excepcional en las Cantigas de Santa María, más parece bien traída para marcar con el "ostinato" del versículo intcrcalado, el mensaje del loor a María.

Nr. 344. Os que a Santa María.
Nr. 345. Sempr'a Virgen Groriosa.

Son dos cantigas de similar estructura musical. Estribillo de cuatro versos octosilábicos, estrofa con mudanza de cuatro versos y vuelta, asimismo, con cuatro versos que repiten la música del estribillo. Son también cuatro las frases musicales: dos propias del estribillo y vuelta, y dos propias de la mudanza. Las frases musicales de la mudanza, como es habitual en las cantigas de esta estructura, suelen desarrollarse en una tesitura algo más elevada que las del estribillo y vuelta. En las dos cantigas la melodía del estribillo es la misma, salvo una ligera variante, y sólo son diversas las frases de la mudanza. El ritmo, en consecuencia, es idéntico, generalmente binario. La música corresponde a la naturaleza marcadamente narrativa de las cantigas.

Nr. 323. Entre toda-las vertudes.
Esta cantiga está compuesta de estrofas de ocho versos octosilábicos con un estribillo de cuatro, lo que permite una estructura musical simétrica, partiendo la estrofa por la mitad en mudanza y vuelta. La vuelta repite, como es habitual, la música del estribillo; pero también los versos impares de la mudanza reproducen la música del primer verso del estribillo. Esta reiteración se advierte, asimismo, en la propia estructura rítmica de las frases musicales, que es invariable, binaria y extraordinariamente sencilla, de principio a fin. La melodía posee esta misma sencillez: nota contra sílaba a lo largo del verso, y apoyo ornamental en la última sílaba acentuada. Sin duda, la larga narración del milagro es la que ha propiciado esta sencillez reiterativa, que podría ser la de un romance si no tuviera forma responsorial.

Nr. 169. A que por nos salvar.
Cantiga compuesta por estrofas heptasilábicas de ocho versos, con un estribillo de cuatro. Cada uno de los cuatro versos del estribillo, posee una melodía distinta, la cual se repite en los cuatro versos de la vuelta. La mudanza queda marcada también por la música, pues es totalmente distinta de la del estribillo. El tratamiento melódico es común a muchas obras de índole responsorial, a saber: el estribillo se canta con una melodía situada en una tesitura media razonable; la mudanza se sitúa a mayor altura (en este caso, entre la nota final del estribillo y la primera de la mudanza media nada menos que un intervalo de séptima). Y, por fin, la vuelta, haciendo honor a su función asimilatoria, reproduce la melodía del estribillo. Es digna de notarse la aplicación absolutamente horizontal de la melodía en el estribillo y en la vuelta, siendo así que en ésta el primer verso par termina en sílaba llana, al revés que en el estribillo. Agrupados de dos en dos los versos, la melodía no sufre alteración, puesto que el número de sílabas no varía. Sin embargo, la música se halla forzada, cuando la cadencia masculina de un verso en sílaba aguda se aplica sin la correspondiente epéntesis intercalaría a una terminación llana; y, asimismo, la cadencia femenina se aplica a una terminación aguda sin respetar el acento y sin practicar un apócope. Y es que, en la vuelta, para que ajusten perfectamente melodía y texto, lo que hace el músico es anticipar la primera sílaba de segundo verso a la última nota del verso anterior, en lugar de acomodar la cadencia musical según los procedimientos habituales de retórica musical.

Nr. 321. O que muy tarde ou nunca.
La estructura métrica de esta pieza, desde el punto de vista musical, se compone de una estrofa de cuatro versos, de diez y seis sílabas, con cesura en el medio, dos para la mudanza y dos para la vuelta, y un estribillo de dos versos de idéntica medida. La música de la vuelta repite la del estribillo, el cual consta de dos frases distintas, una para cada verso. La mudanza no muda la música, antes bien repite en cada verso la última frase del estribillo con una ligerísima variante, que es más bien un adorno, en la cuarta sílaba después de la cesura. Por tanto, toda la materia musical se resume en dos frases. La melodía recuerda a la de la cantiga 312, si bien en ésta varía la música de la mudanza. Melodía adornada en la que no se percibe un metro claro. La cadencia femenina en pie troqueo con dibujo descendente está especialmente bien elegida para subrayar el sufijo inna, desinencia consonante invariable del estribillo y vuelta. La música es recogida e íntima, ni tanto por su ámbito circunstancialmente de una novena, cuanto por la interválica, que no supera la tercera mayor y por la tesitura en que se desarrolla casi toda la melodía. Sin duda, el compositor ha tenido muy en cuenta la narración de un hecho muy sensible y personal referido a la enfermedad de una joven doncella. Los hechos plurales, heroicos o más alejados del sentimiento humano, como el de la cantiga 185, tendrán otro tratamiento musical.

Nr. 185. Poder a Santa María.

Esta cantiga está compuesta por una estrofa de cuatro versos de diez y seis sílabas, si se cuenta como doble la última según lo exige la música, con un cesura después de la octava. El estribillo consta de dos versos como los de la estrofa, cuya música se repite en la vuelta. La mudanza canta con melodía diversa. El ritmo de pie yámbico que sin variar recorre la cantiga de principio a fin, le da un carácter ligero, alegre y festivo. La melodía corrobora esta imagen sonora, desde la primera formula del estribillo y de la mudanza. Un dato significativo es el tratamiento musical de la sílaba aguda con que termina el verso. Pues en lugar de reducirse la extensión de la melodía por apócope, se respeta produciendo, quizá algo forzadamente una contracción. Compuesta en modo tetrardus auténtico, o séptimo eclesiástico, tiene uno de los ingredientes mas notables de las melodías compuestas en este modo, a saber un recorrido fácil por los grados de la escala desde su nota tónica hasta la dominante, en cuya región suele mantenerse con gusto. Como en otras ocasiones, hay que decir que la naturaleza del milagro trae consigo la elección de la música. Una narración que termina en una retirada de combate al toque de trompetas exigía una música marcial y festiva a la vez, como la que aparece en esta cantiga en ritmo ternario.

Ismael Fernández de la Cuesta








HISTORIAS Y ANÉCDOTAS DE ANDALUCÍA
EN LAS CANTIGAS DE SANTA MARÍA


Alfonso X es uno de los tres reyes europeos, de su tiempo, que contribuyó con su impulso cultural y científico a incrementar el acervo cultural de Europa. La consolidación del castellano como lengua de uso común y de cultura y el uso cualificado del gallego, como lengua literaria, fueron , junto con su obra legislativa e historiográfica, una prueba evidente de esta afirmación . La traducción, además, experimentó un gran avance con versión al castellano de obras redactadas en árabe, así como en latín, lo que incrementó el caudal cultural de nuestra Península y contribuyó a que el resto de Europa se beneficiara grandemente de esta labor.

Este trabajo lo inició en edad temprana. Siendo todavía príncipe se tradujeron obras como el Calila e Dimna, así como también contribuyó él muy directamente a que se compusiera el Setenario. Pero, de un modo más intenso, continuó esta labor cuando, ya rey, recibió la designación , por parte de los italianos, de Rey de los romanos, lo que le habilitaba para ocupar el Imperio. Designación que sería fuente de muchas desilusiones y de no menos defecciones, pero que le hizo concebir su obra legislativa (Siete Partidas, 1257-1263) con alientos superiores a los de un reino. Así lo considera Pérez Prendes, quien, en el juicio que hace de la misma, considera que ésta parece estar concebida de cara al nuevo puesto de Emperador al que había sido llamado.

El Cancionero Marial de Alfonso X es, precisamente, una manifestación más de este esfuerzo cultural y consiste en un repertorio de piezas líricas, de gran contenido narrativo en su mayoría, llamadas cantigas de Santa María, que compuso y compiló Alfonso X a lo largo de su vida. Se dice que comenzó siendo aún príncipe, antes de 1252, y que lo terminó un año antes de su muerte. La datación de unas de estas cantigas, en concreto la número 393, hace referencia explícita a la pascua de 1282 ("mercores, primeiro día d'abril" / "miércoles, primero de abril" 393,17), cuando le faltaban sólo dos para morir (1284) . Lo más probable, sin embargo, es que antes de 1270 ya hubiera concluido la primera de las redacciones, la del códice de Toledo, que contenía cien cantigas, y que continuara recogiendo motivos que componía o mandaba componer, cuyo contenido refleja mucho de lo que él estaba viviendo, sus dificultades político-sociales para consolidar el legado de los territorios que su padre le había dejado (cant. 169, 185 y 345), la desolación de su pueblo ante las razias de los benimerines (cant. 323), la penuria de su pueblo por la sequía persistente (cant. 143), aun sus propios sentimientos de angustia y de dolor ante la enfermedad (cant. 279).

Esta llaneza e inmediatez de argumentos, su aproximación a la realidad circundante, destacan uno de los valores que encierra el Cancionero Marial de Alfonso X, su historicidad.

No se trata de decir que haya que admitir con la misma categoría, en cuanto a su valor histórico, como se admite un documento notarial o relato cronístico. Las cantigas de Santa María son un documento literario, destinado, en primer lugar, a exaltar el favor y la misericordia de María hacia sus devotos y, como tal, recoge sólo cuanto pueda favorecer este fin laudatorio.

Junto a esto se da, además, la circunstancia, nada desdeñable, de ser un texto lírico, lo que supone una selección de vocabulario, de significado connotativo, destinado, principalmente, a obtener una sucesión de acentos y rimas previstos. Presupuesto que lo constriñen y reducen, así como lo hacen reiterativo en muchos elementos del mismo.

A pesar de todo esto, todavía nos atrevemos a calificar este texto como histórico, amén de serlo de un gran interés folclórico. En una buena parte, porque refiere acontecimientos conocidos y testimoniados por otras vías (documentos notariales, cartas, crónicas) que vienen a ser corroborados por el texto de las cantigas; en otro buen porcentaje, porque dada la norma retórica vigente en la época, los hechos que aquí se narran si bien pueden ponerse en entredicho como tales milagros suelen encuadrarse dentro de un tiempo y situarse en un lugar, que corresponden a los mismos del momento histórico en que se vivencian, así como relatan también episódicamente retazos de la vida que vivieron los poetas que los compusieron. Y todo, acompañado de una música que contribuye a conocer cuál era el folclore hispánico de una etapa tan rica en acontecimientos.

Como último aspecto, y no por eso menos interesante, las Cantigas de Santa María, como colección de milagros, nos facilitan el conocimiento de la mentalidad de una época, ya periclitada en el siglo XIII, pero que se mantiene gracias a los impulsos de una sociedad eminentemente religiosa, o como mínimo respetuosa hacia el fenómeno religioso.

En un siglo, además, en el que Europa gozó de una cierta unidad inestable, donde fue posible la redacción de la Divina Commedia por Dante Alighieri, el gran monumento a la mentalidad medieval, como asimismo se inició la racionalición de la teología con la Summa Theologica de Tomas de Aquino, Alfonso X se nos presenta como un humanista, al que no le es ajeno ningún problema del hombre.

Nuestra obra, ciertamente, se mantiene dentro de los parámetros medievales de exaltación del poder divino que viene a subvenir la precariedad de los hombres, pero no oculta, sin embargo, ninguna debilidad humana, ni corporal ni espiritual.

Tanto su texto, como sus miniaturas son una visión bastante aproximada a 1a realidad circundante. De tal modo que, gracias a ellos, conocemos más de cerca la vida del siglo XIII.


Alfonso X y Andalucía

Si esto se puede afirmar con referencia a toda España -apenas hay región que no esté representada- lo es, y con mucho, para Andalucía. Su realidad histórica y sus ciudades están presentes en más de setenta narraciones a ella referidas. Su nombre aparece en seis ocasiones, proclamándose Alfonso "Rei, e da Andaluzia dos mais reinos que y son" ('Rey, y de la Andalucía de los demás reinos que allí son' 235,7) y con el nombre de Andalucía aparecen los nombres de sus principales ciudades Sevilla (47 veces), Granada (9 veces), Xerez (23 veces), Niebla (3 veces), Cádiz (Caliz, 3 veces; Cádiz, 2), Córdoba (4 veces)... Una Andalucía que muestra aún reliquias de su pasado de Taifas, porque allí se nos habla del "gran reino de Sevilla", del "reino de Jaén", del "reino de Murcia"; de los Reyes de Niebla y de Granada.

Alfonso X, que trabajó y luchó con ahínco porque se le reconociese el derecho a la sucesión del Imperio, fue, además, uno de aquellos reyes españoles que no desdeñó trasladarse a residir en la frontera y en ella estuvo mientras se consolidaba la conquista. De esto, precisamente, son testigo las Cantigas de Santa María, donde se confirma este plan estratégico diciendo:

E dest' un muy gran miragre
aveo ua vegada no çibdade de Sevilla,
u fazia sa morada el Rey por guardar a terra
e que fosse ben pobrada e ouvesse per mar frota,
per que fosse mais temuda.

(cant. 376:10-13) (2)
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(Y sobre esto ocurrió un gran milagro una vez / en la ciudad de Sevilla, donde hacía su morada / el Rey con el fin de guardar la tierra y de que fuese bien poblada / y asegurar, además, una flota en el mar que la hiciese más temida)

Frontera a la que Alfonso volvía, siempre que le dejaban sus ocupaciones de gobierno, como lo atestigua la cantiga 257:

Foi sse el Rey pera Casrela u morou dez anos;
e país veo a Sevilla,

(cant. 257:15-16)
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(Se fue el Rey hacia Castilla donde moró diez años / y después vino a Sevilla)

Pero no sólo volvía a Sevilla, después de morar diez años en Castilla (1268-1279), sino que, como dice la cantiga 235, tenía grandes deseos de volver. Deseos que, únicamente, la enfermedad impidió cumplir:

E país sayr de Castela,
el Rey con mui gran sabor ouve de ir aa fronteira;
mas a mui bõa Sennor non quis que enton y fosse,
se non sãasse mellor; porend' en todo o corpo
lle deu febre geeral, (...)

(cant. 235:80-83)
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(Y después de salir de Castilla, el Rey con muy gran placer / de ir a la frontera; pero la muy buena Señora / no quiso que fuese entonces, sino que pusiese mejor / y por ello le mandó una fiebre general, en todo el cuerpo )


La sublevación de los mudéjares (1264-66)

Allí, en Sevilla, en el año 1264, fue donde tuvo la amarga experiencia de que los moros ('mudéjares'), aquellos que él había permitido morar en los lugares donde antes habían vivido ("a vila dos mouros como y estaba leixara", 'tal como estaba la villa de los moros (Jerez), así la había dejado' CSM. 345, 18), en una operación sin precedentes se alzaron contra él ("quando ss' alçaron [...] des Murç' ata Sevilla", 'cuando se alzaron [...] desde Murcia hasta Sevilla' 169,36).

Experiencia cuyo inicio, según las mismas Cantigas (cant. 345), le fue anticipado en sueños, un día, mientras dormía la siesta (verano de 1264). La Virgen, en esta ocasión, se le había aparecido y le había pedido con todo ahínco que fuese para Jerez, donde los moros se habían amotinado contra los del castillo.

Aa ora que aquesto
fazian, ben en Serilla jazia el Rey dormindo
na sesta; e maravilla viu en sonnos, come aquela
que é de Deus Madr'e Filla o ya ena capela
de Xerez vozes meter.

(cant. 345:66-70)
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(A la hora que hacían esto [prender fuego a la capilla], yacía, en Sevilla, / el Rey durmiendo durante la siesta; y ¡qué maravilla! / vio en sueños, como aquella, que es de Dios Madre e Hija, le comenzaba / a dar voces en la capilla de Jerez.)

Allí se encontraba Don Nuño, el Cuervo andaluz, Adelantado Mayor de la Frontera. La Crónica(3) lo dice así: "E el Rey, después que ovo el alcázar en su poder, basteciólo de viandas e de armas, e entrególo a Don Nuño de Lara" (cap. IV). Pero los moros lo aislaron en el castillo, levantando un muro "muy ancho y consistente" (cant. 345, 22) desde donde hostigaban a los residentes del castillo, cortándoles toda vía de suministro de víveres. Tan mal asistidos, Don Nuño decide enviar un mensajero al Rey para que venga a auxiliarlos, pero Alfonso no supo calibrar, en un primer momento, la gravedad del asunto y aunque le mandó la caballería, detuvo al grueso del ejército en Alcalá de Guadaira (cant. 235, 34).

Decidido a no morir, el Adelantado les propone a los recién llegados que reciban el castillo en nombre del Rey, pero éstos no se atreven y aconsejan dejarlo en "mano de pocos y mal pertrechados" -"cinco o seis escuderos", dice la Crónica, cap. X- al mando de Garci Gómez Carrillo, quienes no pudieron resistir el ataque y antes del mediodía habían cedido al ataque de los moros de la ciudad. Estos "apresaron a cuantos habían quedado, destruyeron la capilla de nuestra Señora del Alcázar e intentaron quemar la imagen, la cual ni siquiera ardió", dice la cantiga (cant. 345, 61-64). La Crónica lo relata así: "E veyendo los moros de Xerez que avía tiempo en que el Rey no les podría facer estorbo para lo que ellos tenían pensado de facer, cercaron el alcázar de aquella villa, e a Garci Gómez de Carrilo e a los que estaban con él, e combatiéronlos mucho afincadamente también la noche como el día, así que en ningúnd tiempo non les daban vagar (...) e tan afincadamente la combatieron (a la torre mayor), que quemaron las puertas e mataron a los hombres que estaban con él en la torre." (cap. X).

Alfonso, apercibido de estos hechos por la visión, hizo que avanzara el grueso del ejército y de allí "a pocos días", según sigue diciendo la cantiga, se había ganado de nuevo Jerez -"cinco meses" dice la Crónica, cap. XIV- y se había restablecido el culto de la Virgen del Alcázar, que fue llevada en procesión hasta su capilla. Para celebrar esta victoria el Rey, acompañado de la reina y de sus hijos, se trasladó a Jerez y celebraron juntos la nueva conquista de la ciudad jerezana. Esto pudo ser el 9 de octubre de 1264, festividad de san Dionisio, fecha en que Alfonso nombra a Alvar Fáñez alcaide del alcázar real jerezano.


El castillo de Chincoya (Jaén)

Un episodio, que bien podemos atribuir a estos años, es el frustrado cerco que el rey granadino Ibn al-Ahmar estableció al pequeño castillo fronterizo de Chincoya, al sur de Jaén.

Las buenas relaciones entre moros y cristianos, en tiempos de tregua, quedan bien patentes en esta cantiga. Los alcaides de los castillos vecinos y fronterizos de Belmez y de Chincoya solían decirse amigos ("Este grand´amor avia / con un mouro de
Belmez, // que do castel´alcaide era:", cant. (185, 15-16)). Pero, al tiempo que las buenas relaciones, demuestra también la cantiga la felonía del moro, quien, sirviéndose de estas amistosas relaciones, se compromete ante el rey granadino a atraer a su territorio a los cristianos defensores, con motivo de las juras, para así cogerlos desprevenidos y conquistar el castillo.

Correspondiendo a esta actitud artera del moro, los cristianos del castillo observan un prudente recelo y no permiten acompañar al alcaide, aconsejándole que no acuda a la cita. En el caso de acudir, que lo haga sólo y en cuerpo, sin armas (cant. 185, 45)

El confiado alcaide no teme la emboscada y presuroso pasa el río para encontrarse con el moro. Tal no hubiera hecho. Inmediatamente fue apresado y llevado ante el rey de Granada, quien, oculto entre unos árboles. quería cerciorarse de que salía bien la estratagema.

Ante tan magro resultado, el rey decide poner cerco al castillo y valerse del preso para obligar a los de dentro a la rendición y entrega del mismo.

No lo hicieron así, sino que pidieron protección a la Virgen, pusieron su imagen entre las almenas. Entonces los asaltantes, llevados de su superstición, retrocedieron y los del castillo cogieron a tres moros que habían logrado entrar y los arrojaron, muertos, desde lo alto del muro. El rey de Granada, en vista del fracaso, desistió del asedio y decidió retirarse. Esto ocurría al norte del reino de Granada, junto a lo que hoy se conoce como Bélmez de la Moraleda (Jaén), en el río Jandulilla. El pequeño castillo de Bélmez aún está en pie. Las ruinas del de Chincoya, a unos tres kilómetros de éste, están localizadas, aunque su nombre ha desaparecido de la zona.


La iglesia en el barrio de la Arrixaca (Murcia)

Otro acontecimiento relacionado con esta sublevación mudéjar es el narrado en la cantiga 169. Murcia había capitulado en 1243 (en Alcaraz, abril de este año) en favor del reino de Castilla. El 1 de mayo de este mismo año Alfonso, infante todavía, entra en la ciudad y se hace cargo del alcázar. En los años siguientes el infante logra establecer fronteras estables con Aragón (pacto de Almizra, 1244) y asimismo el repartimiento de tierras (1243-1264), asentando una minoría castellana en el arrabal de la Arrixaca, donde existía abierta al culto una vieja iglesia dedicada a la Virgen, cuya advocación se conoce actualmente como "Virgen de la Arrixaca".

Se trata de un milagro que Alfonso había visto por sus propios ojos y que lo había oído de muchos moros "des que mi Deus deu Murça," ('desde que Dios me dio Murcia,' 169, 9). Este milagro se concretaba en la permanencia de esta antigua iglesia, donde habían ido a orar los mucho mercaderes italianos que visitaban la ciudad.

Hubo siempre un pleito entre moros y cristianos por hacer desaparecer esta iglesia que estaba "dentro na Arreixaca", ('dentro de la Arrixuca,' 169, I5 ), es decir en el barrio "Elegante", al norte de la "madina" de la ciudad, barrio murado o arrabal distinguido, zona residencial o ciudad jardín, donde residía lo más sobresaliente de los moros.

Así lo habían expuesto en diversas ocasiones ante el príncipe Alfonso, cuando la primera conquista de la ciudad, como también ante el rey don Jaime en 1266, cuando éste la reconquistó para su yerno. En ninguna ocasión lo permitieron los reyes conquistadores, pero cuando él fue a posesionarse de nuevo de la ciudad, después de la sublevación mudéjar -probablemente durante el cuarto repartimiento (1269-1270)1- cuando ya quedaban pocos mudéjares y la ciudad se había escindido en dos partes: la Arrixaca, donde se concentraron los moros, y la ciudad, ocupada, por los castellanos y aragoneses, el rey Alfonso -estimó muy a pesar suyo- conveniente concederles tal petición. Los cristianos ya habían dedicado al culto cristiano la antigua mezquita principal y no era tan urgente la presencia de este signo cristiano entre los mudéjares.

Pero cuál fue su sorpresa cuando, después que la Aljama había conseguido tal permiso del rey Alfonso, el propio rey moro, al-Watiq, quien, después de su sumisión al rey castellano en Santiesteban del Puerto, había conservado el título de rey, no se lo permitió llevar a cabo.

Ni, más tarde: "Depois, quand´ Abouyusaf, / o sennor de Calé," ('Después, cuando Abuyusaf, señor de Salé') pretendió ganar con artimañas la ciudad de Murcia -probablemente se refiera a la venida de 1271, cuando ya muchos moros habían emigrado, bien a Granada, bien a África.- Entonces, los pocos que quedaban , sufrieron el destierro y así la iglesia quedó exenta de cualquier poder de moros'.


Abu Yusuf y sus correrías

Las crueles y sanguinarias razias del meriní Abu-Yusuf-Yaqub quedan plasmadas en una cantiga -encantadora, por cierto-, donde vemos cómo el pueblo huye despavorido, dejando hacienda y vida en su huída.

Se trata de los de Coria del Río, cerca de Sevilla (cant. 324, 10). Un día el pueblo se despertó con la terrible noticia de que la algara de los moros estaba cerca. Con sus veloces caballos de Sus (Gran Atlas) los moros, llegados del Africa, corrían la tierra de Sevilla, mandados por Aben Yusuf, célebre caudillo benimerí, que probado suerte por sí mismo, en ocasiones, y que había acudido, otras veces a socorrer a sus correligionarios, y que en esta ocasión venía llamado por el de Granada, imponiendo el terror en todo el reino de Sevilla (1271). La Crónica habla de "que eran pasados grand compaña de moros de allende del mar por que enviara (venir) el rey de Granada, e que avían corrido la tierra (Sevilla) e muerto e captivado muchos hombres" (cap. XXI).

Lo cierto es que los de Coria no lo dudaron ante la noticia de las algaras moras, abandonaron sus casas y se embarcaron, unos, internándose en el río -la lámina miniada así lo insinúa- y, otros, se adentraron, corriendo, en los montes cercanos. El dramatismo lo presta, en esta ocasión, un pobre hombre cuyo hijo pequeño apenas hacía unas horas que había dejado de existir. Apenado -estaba en pleno duelo, cuando los moros entraban en la villa- vio cómo no le quedaba tiempo para enterrarlo. Por eso lo encomendó a la Virgen y abandonó su cuerpo, dejándolo en aquella pobre habitación, compuesta de un lecho, una mesa y un escaño. Pero, cual no fue su sorpresa cuando, al volver, no sólo encontró las puertas de su casa intactas e íntegro su pequeño ajuar, sino también a su hijo con vida.

Mientras él huía de la amenaza mora, la 'Señora, llena de toda gracia' se hizo cargo de aquella casa y, no sólo le devolvió la vida al niño, sino que no permitió que los moros saqueasen su vivienda.

40 Ca log'en aquella casa
entrous a Sennor comprida de todo ben, e tan toste
deuano minynno vida e guardou as nutras cousas,
que non achou pois falida o 'me ren en sa casa,
nen sol as portas britadas
E achou seu fillo vivo[...]

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(cant. 323,40-46).
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(Ya que inmediatamente entró en la casa la señora llena / de todas las gracias, e en ese mismo instante le dio al niño la vida / y guardó las otras cosas, de tal modo que, al volver, el hombre no echó a faltar / nada en su casa, ni aun las puertas forzadas. Y encontró a su hijo vivo...)


Reminiscencia de un milagro regio

Hacía los años 1000 con los Capetos en Francia, y con Eduardo el Confesor en el trono, la dinastía anglosajona en Inglaterra, se introdujo un rito que consistía en "tocar las escrófulas" a los enfermos que las padecían y que solían acudir a la audiencia regía en determinadas festividades del año.

Las escrófulas se conocen en España con el término vulgar de "lamparones" y no son otra cosa que la inflamación de los ganglios linfáticos, ocasionada por los bacilos de la tuberculosis. Estas tumefacciones se situaban en el cuello, con extensión a cara y otros miembros del cuerpo.

Este mal solía denominarse, por la tradición antes mencionada, como "le mal le roi" ('enfermedad del rey'), ya que los monarcas de estas dinastías, en Francia y en Inglaterra, vinieron atribuyéndose la virtud curativa sobre esta enfermedad, con sólo tocar con sus manos a los pacientes y hacer sobre ellos el signo de la cruz. La cantiga 321 es un eco de esta tradición, aunque aquí se resuelve con una peculiar solución. Se trata de una "hua minynná", ('una niña') "que na garganta avia, a que chaman lamparoes" (que tenía en la garganta lo que llaman lamparones'). La madre, cansada de gastar dinero en médicos y cirujanos, acudió a un hombre bueno, quien le aconsejo llevar la niña al Rey, porque él sabía que "todo los reis crischáos / an aquesto por vertude // que sol que pon (n) an sas máos / sobre tal door, saude an." ('todos los reyes cristianos tienen esta virtud: que con sólo pongan sus manos sobre semejante dolor, lo curan').

Así lo hicieron. El hombre bueno les sirvió de valido ante el Rey pero éste, alarmado, rechaza en un primer momento a los peticionarios y niega tener la tal virtud curativa. No obstante manda, inmediatamente, que acudan a la iglesia de Santa María, la Real y que después de oída la misa, laven la imagen con agua muy clara, y que luego la enferma beba de ella, en el cáliz usado para la misa. Y así lo cumplieron durante cinco días. Al final de esta práctica la niña curó de sus dolores de brazo y garganta.

60 Esto foi feit': e a moça
a quatru dias guarida foi do braç'e da garganta
pola Sennor que dá vida aos que aman seu Fillo,
e tal saude conprida ouve sen bever sarope
nen aver banno de tya.

(cant. 323:60-63)
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(Esto fue hecho; y la moza fue curada a los cuatro días / del brazo y de la garganta por la Señora que da la vida / a quienes aman a su Hijo, y tal salud / logró sin beber jarabe ni tener baño de tina.)

Es el denominado en otras latitudes -Inglaterra y Francia- milagro regio, pero con un personaje interpuesto, María. En él se guardan similitudes con la práctica que se observaba en Francia y en Inglaterra; como también se concibe su narración con un dramatismo propio, semejante al que se contiene en el milagro de las bodas dc Caná (Jn 2, 1-10).



Las advocaciones marianas de Andalucía

Las advocaciones de la Virgen en las Cantigas van siempre acompañadas del nombre del lugar donde se veneran. Nuestra Señora de Terena, de Atocha, de Vila Sirga, de Salas son otras tantas que posteriormente se han conocido como Nuestra Señora, la Blanca, de Villalcázar de Sirga. Nuestra Señora de las Huertas, Nuestra Señora de los Reyes, etc... Las advocaciones del Refugio, del Socorro, de la Salud, del Milagro vendrán más tarde y serán descriptivas de la función que cada imagen haya ejercido hacia sus devotos. Otras como la Virgen del Camino, la de los Peligros serán advocaciones oportunistas relacionadas con dificultades físicas o morales que el hombre padecía en su vida cotidiana.

En la Edad Media no hubo lugar reconocido que no tuviera su iglesia o ermita y en ella su imagen de María. Por eso el nombre del lugar delimita la advocación y aun la propiedad. Nuestra Señora de Aroches está proclamando que la imagen pertenece a este pequeño pueblo de Huelva y que sus habitantes la invocan como algo propio. En las Cantigas de Santa María hay advocaciones que podemos calificarlas de lujo, por el número de veces que aparecen. A ellas debió corresponder un pequeño libro de milagros, comparable a los que se han conservado de los "Milagros de Nuestra Señora de Rocamador" o "de Laón", o "de Chartres". Lo que sucede es que éstos no han tenido la suerte que tuvieron el respectivo de los santuarios franceses, o dentro del terreno español, la que tuvo el "Llibre Vermell" de Nuestra Señora de Montserrat. La difusión de estos libros estuvo en manos de monjes benedictinos o cistercienses, quienes conservaron su memoria en latín y hasta propagaron su devoción más allá de los límites locales y aun nacionales. Muchas de estas devociones europeas también fueron recogidas en la primera selección de milagros, el ms. To, donde se recopilaron cien cantigas.

No obstante, no todo fue olvido para las nacionales. Las advocaciones, procedentes de la Península, que figuran en este Cancionero Marial, tuvieron la suerte de ser conocidas por los colaboradores de Alfonso X -y, no menos, por el propio Rey- quienes se convirtieron en propagandistas laicos de las mismas y vertieron en gallego literario las redacciones previas que habrían encontrado en latín o en las tradiciones orales, recogidas de todos y cada uno de los rincones de España.

Andalucía cuenta con un buen número de advocaciones de las que hay que destacar la de Nuestra Señora de Tudía, Nuestra Señora de los Reyes, Santa María de Ayamonte, Nuestra Señora del Alcázar de Jerez, Santa María de Córdoba, Santa María de Martos, Santa María de Chincoya y, también podemos añadir, la de Nuestra Señora de la Arrixaca, en Murcia.

La Virgen de Tudía (cant. 344)
El santuario de Tentudía, tal como hoy es conocido, se halla en Calera de León, Badajoz, culminando la mayor altura de Sierra Morena, a 1104 m de altitud. Las Cantigas lo hacen perteneciente al reino de Sevilla, pero lo cierto es que se encuentra en los límites de las provincias de Huelva y de Sevilla, en el extremo Sur de Badajoz.

La construcción del santuario todavía hoy revela su procedencia. Fue capilla, en un primer momento, de la Orden del Temple, a la que sucedió la Orden de Santiago, quien se hizo cargo de esta fortaleza en tiempos de Alfonso IX, confirmándolos en su posesión Fernando III. En esta capilla se halla sepultado el célebre Gran Maestre de la Orden santiaguista, don Pelay Pérez Correa, quien contribuyó eficazmente en la conquista de Andalucía en tiempos de Femando III y de su hijo, don Alfonso.

Alrededor de este personaje -y en consonancia con la etimología popular del lugar- se ha construido una bella leyenda. Se cuenta que, yendo con sus mesnadas hacia Sevilla, con el fin de socorrer a Fernando lll, este brioso caballero se vio atajado por la morisma con la que entabló una cruenta batalla. Queriendo rematar su victoria y continuar su camino hacia la capital sevillana invocó a María, a quien le suplicó con ardor: "Santa María detén tu día". Y cuentan las leyendas que el sol se detuvo, como en los tiempos de Josué, y, después de lograr una resonada victoria, continuó su viaje a Sevilla.
Para los locales Tudía es síncopa de Tentudía, reducción de "detén tu díá', originándose el paradójico resultado fonológico de haberse dado la síncopa antes que el nombre pleno.

Las Cantigas siempre la citan así: Tudía o Todía y ninguna recoge el milagro solar, lo que nos hace sospechar que la leyenda local ha debido formarse alrededor del sepulcro del Gran Maestre y en tiempo posterior al XIII. Lo que sí hacen las Cantigas es recordar al santuario como lugar de peregrinación e iglesia fronteriza, como en el caso de la cantiga 344, donde se recuerda cómo dos cabalgadas, una de moros y otra de cristianos pernoctaron ambas la misma noche junto a los muros de la iglesia sin advertirse la una a la otra. Cuando se descubrieron, por la mañana, quisieron ver en aquello un milagro y agradecidos a María quisieron plasmar su agradecimiento con la firma de unas treguas, yéndose los unos para Elvas y los otros para Olivenza.

Nuestra Señora de la Arrixaca (cant. 169)
La Virgen de la Arrixaca entra de pleno derecho entre las advoc aciones marianas de Andalucía por ser una iglesia antigua, que siempre estuvo en el barrio de la Arrixaca, aun en tiempo de moros, donde los mercaderes venidos de Italia fueron siempre a confiar sus cuitas a la Virgen.

El pleito se levantó con motivo de la presencia castellana en Murcia, a partir de la primera conquista por el príncipe Alfonso. Entonces los mudéjares reducidos a una parte de la ciudad, comenzaron a pactar la destrucción de aquel símbolo cristiano dentro de su barrio más elegante. La petición, como sabemos , tuvo al final éxito y el rey Alfonso, muy pesaroso, les concedió el permiso de demolición. Pero, ni aun entonces, pudieron llevarlo acabo. La anécdota se convierte, en cierto modo, en categoría, pues parece afirmarse rotundamente que la "su iglesia está exenta del poder de Mahoma, quien ya no logrará poder sobre ella, ya que la Virgen la había conquistado y, además, conquistará España y Marruecos, Ceuta y Arcila" (169, 63-66). Alfonso eleva la categoría de su conquista definitiva de Murcia y piensa que así se hará con el resto de España; y aún Marruecos, expresamente Ceuta y Arcila, viejo sueño de Castilla, alimentado por las falsas promesas del rey granadino.

La imagen de la Virgen, aún conservada, es de las sedentes con el niño sentado en sus rodillas y de las que solían llevar sobre el arzón del caballo, los reyes de Castilla. Es una imagen del siglo XIII, y, si como dice la cantiga la iglesia era antigua y ya la respetaban los moros cuando aún era Murcia una Taifa, hay que pensar que esta imagen sustituiría probablemente a la anterior y habría sido donada por el propio Alfonso, cuando en 1243 entró en Murcia por primera vez.

Nuestra Señora de los Reyes (cant. 292)
Esta bella imagen se venera en Sevilla, es de tamaño natural y es la que el rey Don Fernando traía en su campamento, desde que comenzó la campaña andaluza, saliendo de Toledo. Cuando la conquista de Sevilla, el Rey la hizo entronizar en la Mezquita Mayor. La procesión se inició en las afueras y tiraban de la carroza cuatro caballos blancos; los caballeros de las Ordenes Militares la seguían y tras ellos los Maestres y los Obispos. Llegados a la Mezquita el Arzobispo de Toledo procedió a su purificación luego entronizó la imagen. Según consta documentalmente esta imagen le fue regalada a Fernando III por el rey de Francia, Luis IX.

Esta imagen es a la que fue destinado el anillo tallado por el orfebre maestro Jorge, que en un principio estuvo en la mano de la imagen sedente del rey Fernando, la que presidía el primitivo mausoleo del rey santo. Una visión conjunta del maestro Jorge y del tesorero de la Iglesia hizo que Alfonso mandase quitar de la mano de la imagen de su padre el anillo y que lo pusiesen en la mano de la Virgen (cant. 292).

Nuestra Señora del Alcázar de Jerez (cant. 345)
Esta imagen, depositada en la capilla del alcázar jerezano, fue la que advirtió al rey Alfonso, en una visión, de la caída de Jerez. Reconquistada Jerez, como hemos visto más arriba, fue restituida con toda pompa a su lugar, asistiendo a la procesión de retorno y a su posterior consagración el Rey y toda su familia.

Santa María de Córdoba (cant. 321)
A esta imagen se la nombra en la cantiga 368, 10, y se le atribuye el milagro de las escrófulas o lamparones (cant. 321) que sufría aquella joven cordobesa que acude al Rey para que ejerza los poderes que se le atribuían a los reyes cristianos, en la Baja Edad Media.

Se dice de ella que estaba envuelta en un manto de púrpura roja. Al precisar el color ("sanguina", 'roja') la cantiga parece confirmar la opinión de Alfau (P. 150) quien dice que la púrpura era "un tejido de seda de diversos colores". Su escasez la hacía ser un tejido muy caro que sólo podían adquirir reyes, nobles y clérigos (Mª Carmen Martínez, Nombres de tejidos en castellano medieval, Cátedra de Historia del Español, Granada, 1989, p. 320).

Santa María del Puerto (cant. 328).

Hay un núcleo de cantigas, ubicadas al final del Cancionero Marial, que bien podríamos calificar de Cancionero de Santa María del Puerto. Alfonso X quiso culminar la conquista de Andalucía dedicando en el extremo Sur de la península, en Al Qanatir, entre Jerez y Cádiz, allá donde se unen el Mediterráneo con el Atlántico, un santuario a la Virgen del Puerto. Advocación que él promovería con todo lujo de detalles. Mandando, entre otras cosas, adaptar la pequeña mezquita de la fortaleza árabe, actual castillo de San Marcos, a las necesidades del culto de esta imagen y encomendaría su custodia a la Orden Militar, por él fundada, la Orden de la Virgen de la Estrella o Santa María de España. Con este motivo se cambió el nombre del lugar por el de Puerto de Santa María.

A su devoción vincula a aquellos que le habían sido fieles en la etapa más difícil de su vida: a su hermano Manuel, a Bonamic Favila, su escribano, a Pedro Lorenzo, uno de sus artistas preferidos, a Ramón de Rocafull. Todos ellos reciben de ella pequeños beneficios, concretados en cosas cotidianas, que proporcionan a su narración encanto y candor inusitados.

Uno de los beneficiados sería él mismo. Había padecido una grave enfermedad. Probablemente aquella que le hizo reposar un tiempo, después de la campaña contra el rey de Granada y de sus incursiones en la Vega. Se debió de tratar de un virus hepático, porque el color de su piel se convirtió en verde "cambrai" (así llamado por la zona de Francia de donde procedía el tejido; cant. 279, 22). Sus dolores fueron agudos y su fiebre elevadísima, temiendo por su vida. Pero su confianza fue tan grande en su Virgen, a quien tanto había alabado, que ésta lo curó de aquella "fiebre y de aquel humor, tan malo y horrible" (cant. 279, 26-27)



Alfonso X, un estratega mariano

Por último quiero señalar cómo el Rey Sabio quiso diseñar una estrategia socio-militar en la que contara muy mucho la devoción a María.

En efecto, vemos cómo por el Norte de Andalucía se elevan santuarios como el de Tudía, que defienden lo conquistado con innumerables intervenciones milagrosas, entre otras, la detención del día para conseguir ganar la batalla contra los moros. El reino de Murcia, Alfonso parece querer encomendarlo a la Virgen de la Arrixaca. La frontera con el reino moro de Granada estaba diseñada con las advocaciones de Nuestra Señora de Martos y de Chincoya, en Jaén, y con Nuestra Señora del Alcázar, por el Sur, en Jerez. Por último, las continuas invasiones merinís tenían un baluarte en el santuario-for taleza de Santa María del Puerto.

Alfonso X, conocedor de que todo bien procede de Dios, quiso encomendar a la Madre, Hija y Esposa de Dios las últimas conquistas sobre los moros de España, señalando estratégicamente los muchos milagros que de ella recibió él y todos los habitantes de esta tierra bendita.

Jesús Montoya Martínez